miércoles, 12 de febrero de 2014

4. Tupper Sex

Hoy en día puedes comprar en una máquina expendedora, desde el coche, por internet, por teléfono o en persona, pero hay algunas cosas que solo las quieres comprar en la intimidad de tu propia casa. O, en su defecto, de la casa de una amiga. Por eso Vega me invitó el sábado pasado a una reunión de tupper sex.
Preparé sorbete de limón al cava con algún aderezo sorpresa y mi amiga Blanca me recogió para ir juntas, eran unas pocas manzanas. Blanca y yo también nos conocíamos desde el colegio. Todas las personas a las que se la presentaba, a los cinco minutos, tenían la misma reacción; se giraban y me preguntaban -¿Cómo puede estar soltera?-Y la verdad es que no podía encontrar la respuesta.

Blanca es alta, delgada y con un buen escote, su piel parece no tener poros y le ilumina la cara una melena lisa y rubia, de discutible origen natural, diga lo que diga. Pero lo que tiene Blanca es que es un ángel, toda la inocencia que aparenta es real, aunque cueste creerlo, y aún así, de tonta, no tiene un pelo. Si no fuese mi amiga, la odiaría.

Por el camino me moría de ganas de contarle toda mi desintoxicación pero ella arrancó antes. Blanca estaba enamorada, por primera vez. Había tenido flechazos tontos de adolescente, pero hasta ahora no había habido nadie digno de mención, la mayoría bastante cabroncetes. Y de repente había conocido a  un catalán que le había robado el corazón. Pedro acababa de montar un restaurante en plena milla de oro, llevaba a su perro al mismo veterinario que Blanca, tenía unos abdominales de revista, era un buenazo y estaba loco por ella.
Blanca hablaba de su príncipe entusiasmada y para cuando llegamos a la plaza del Marqués de Salamanca ya me había condensado un mes  de relación en tres manzanas de recorrido. Llamamos al timbre de nuestra amiga Vega con el olor a Abercrombie todavía atascado en la garganta.
Vega nos recibió con una sonrisa traviesa en la cara y una copa de oporto en cada mano. Detrás de ella estaba su perra Manolita, dudando entre esconderse debajo del sofá o atacarnos. Manolita era una perrita muy exigente y no se juntaba con cualquiera. Había que ganársela.
Vega nos presentó a una chica de unos veinticinco años con cara de virgen, que parecía ser quien nos iba a vender juguetes eróticos. La crisis, imagino.
Poco después llegó Geraldine. Geraldine trabajaba en Roma desde hacía dos años  y por eso, aunque también era amiga nuestra desde pequeña, la veíamos con menos frecuencia, pero cuando oyó el plan, le faltó tiempo para meterse en atrápalo.com
Con las cuatro copas en mano y una deliciosa cena que nos había preparado Vega, empezó el desfile de aromas y texturas. Cremas comestibles, aceites de chocolate, plumas, velas y esposas forradas de peluche. El primer producto que cautivó a Geraldine fue un pintalabios que dispara la sensibilidad de la piel que besas, pero las bolas chinas de LELO fueron la estrella. Habíamos leído en una revista que es importante ejercitarse por dentro igual que por fuera y decidimos aplicarnos el cuento, lo cierto es que cualquier ginecólogo o farmacéutica te lo empieza a recomendar a partir de una edad.
Me costó convencer a las tres para que no comprasen el perfume de hormonas inodoras. Por el módico precio de cuarenta y cinco  euros te daban un bote de agua que en teoría servía para que los hombres se volviesen locos por ti. Geraldine, aunque prometida y enamorada, quería seguir siendo el centro de todas las miradas. Vega, mientras, no quería a sus pies a nadie más que a su novio, y para eso no le hacía falta ningún elixir, sin embargo se frotaba las manos mientras nos contaba sus planes de manipular y dominar a todo aquel que se cruzase en su camino con ese bote mágico. A veces me recordaba a Stewie, de padre de familia, con sus planes maléficos y estrategias de manipulación. Ella decía haber estudiado derecho para saber siempre de qué forma poder saltarse la ley, y hasta ahora, le había sido muy útil.
Nos hicimos con varios sets de esposas mientras nos mirábamos todas con la misma pregunta en los ojos - ¿Cuándo va a sacar los vibradores?- Pero antes de que eso ocurriese, sacó algo como un embudo pequeñito de silicona y empezó a hablar
 – A, ver chicas, esto es para cuando estáis en esos días del mes…-
-No me lo puedo creer- Pensé en alto. Por fin habían hecho algo que te permitía hacerlo cuando estás mala. Pero nada más lejos de mi ilusión. La mojigata del maletín nos empezó a explicar  cómo eso era en realidad una idea para sustituir el tampón y funciona de una forma tan asquerosa que es mejor que no describa.
Vega abrió otra botella de Albariño para cambiar de tema mientras Blanca y yo hacíamos lo posible por no tripitir el solomillo Wellington que nos había preparado. Cuando ella estaba a punto de pegarle una tajada, algo más importante la distrajo. Pedro le escribía por Whatsapp. La cara de Blanca se paralizó.
Whatsapp:
Pedro: borra mi número. No quiero saber nada mas de ti.
Blanca: ¿Qué? ¿No entiendo? ¿Qué pasa?
No hubo respuesta, y él no volvió a aparecer en línea.
La asesora sacó entonces los vibradores. Era el momento más esperado de la noche y a ninguna de las cuatro nos importaba lo más mínimo. Miento. Mi primer instinto fue coger el llamado “conejito” y vacilar con él a Blanca, pero mi iniciativa no tuvo mucha acogida.
Mientras la asesora seguía negándose a participar del vino y montaba lo que  parecía un carrusel animado en versión dos rombos en la mesa de la cena, Blanca releía el whatsapp atónita y nosotras la atormentábamos con preguntas. No sé quien luchaba mas, si Blanca por no llorar, o la asesora para encasquetarle algún novio a pilas dada la situación.
Vega insistía en que era una broma, el humor que su novio y ella se gastaban no tenía límites y eso le parecía lo más normal.
Como buen consejo de sabias expulsamos a la intrusa después de dejarnos tiesas las tarjetas y empezamos a sobreanalizar la situación. El chocolate ayudaba, los chupitos ayudaban más. Ayudaron lo suficiente para convencer a Blanca de que marcase el número del hombre que le acababa de romper el corazón, para pedir una explicación, que, seguramente, dolería más que la ignorancia. Dos chupitos después convencimos a Blanca de que hiciese la llamada en altavoz. Para apoyarla. Y porque somos unas cotillas.
- ¿Diga?- Una voz femenina respondió, y Blanca se tapó la boca para no llorar antes de finalizar la llamada. Colgó.
-¡Está con otra!
- A lo mejor es su hermana- dijimos Geraldine y yo al mismo tiempo conscientes de lo improbable de nuestra sugerencia.
El teléfono volvió a sonar y forcejeamos unos segundos antes de que Blanca nos dejase el móvil. Lo pusimos en altavoz y antes de que nuestra amiga respondiese, la misma voz femenina de antes empezó a hablar. Se identificó como Merche, la prometida de Pedro. Se casaban en junio. Ella acababa de leer un par de whatsapps subidos de tono de Blanca, y su futuro marido le había explicado que era una pesada que no dejaba de escribirle
. Pedro se puso, seguramente obligado, y pidió muy serio que no le volviese a molestar. Valiente cabrón. Blanca dejó caer el teléfono sin apenas colgar y se puso a llorar. Unos segundos después, levantó la cabeza y empezó a hablar avergonzada.
-        - Ya lo sabía.
-         -¿Qué?- contestamos las tres al unísono. ¿Sabías que se iba a casar?
-         -No, eso no. Me dijo que tenía novia en Barcelona. Me dijo que estaban mal y la iba a dejar, pero que quería hacerlo en persona.
-         -Blanca. Nunca las dejan… -dije.
-         -Llevo dos meses saliendo con un hombre prometido. Ni siquiera era mi novio. Yo era la otra. En serio. ¿Qué tengo? Sois mis amigas, decidme ¿Qué hago mal? Tengo 26 años, tengo trabajo, voy al gimnasio, y hasta que me lié con el prometido de otra me consideraba buena persona. ¿Por qué parece que hay alguien para todo el mundo menos para mí?
Blanca tenía razón. Lo que se preguntaba ella, nos lo preguntábamos todas. Blanca era el prototipo de novia perfecta. ¿Por qué nunca le tocaba lo que se merecía?
La respuesta es clara, para ella, para la prometida de Pedro, para mí y para la muchas más. Algunas tenemos un radar para obcecarnos siempre con el mismo hombre. Se puede llamar Manuel, Pablo o Gonzalo. Puede ser alto o bajo, rubio o moreno pero siempre se distingue por unas características: Tiene una labia increíble. Es inteligente. Es muy orgulloso. Sabe que estamos locas por ellos. Es egoísta. Tiene el poder de cegarnos. Y no importa cuántos te encuentres, cuando conozcas al siguiente pensarás, éste es diferente. En resumen, nos gustan los cabrones. Llega un momento que hay que asumir que estamos eligiendo mal. Estamos dejando pasar a los buenos chicos porque no enganchan igual, aún sabiendo, que lo que engancha rápido, no suele ser sano.
Se me ocurre pensar entonces, que el problema, no es que no nos merezcamos aquello que queremos, sino que no queremos lo que en realidad nos merecemos. Tal vez algún día aprendamos a elegir al hombre que nos corresponde, pero mientras tanto, nos quedan las reuniones de tupper sex, las juntas del consejo de sabias y muchas excusas más para reírnos o llorar acompañadas de las mejores amigas y los pequeños placeres del vino y el chocolate.

-----------CONTINUARÁ-------------