Que a las mujeres nos gustan los cabrones es una creencia
muy extendida y bastante cierta. ¿Qué tiene un chico que te trata mal que hace
que te guste más? Yo creo que es que creemos que por nosotras puede cambiar,
eso y que lo difícil sabe mejor. El caso es que si eres un poco lista, o en su
defecto tienes unos buenos amigos, acabas viendo la realidad; el no va a
cambiar y tú pareces idiota.
Que te mereces algo mejor es una creencia también muy
extendida, pero menos cierta. Lo que sí
es cierto, es que necesitas una desintoxicación, por mucho que hayas entendido
que no te conviene y memorizado todos sus defectos, sigues loca por él, y al menos yo, necesito un plan para eso. En el caso de Coque, no hay lugar a explicaciones ni despedidas. Hay que cortar por lo sano, desaparecer del mapa, porque si le doy la oportunidad de hablar, me tiene en el bote en menos de cinco minutos.
En la primera fase borro de mi vida virtual lo que quiero eliminar de mi vida real, y así
empiezo: facebook, eliminar, bloquear. Twitter: dejar de seguir, bloquear.
Linkdin: eliminar. Whatsapp: bloquear. Agenda: eliminar contacto. Y entonces me
vuelvo loca buscando un botón que no existe, porque esos nueve dígitos de su
móvil los tengo tatuados en mi mente.
La primera fase de la desintoxicación puede ser dura, y en
mi mente solo pasean las mismas ideas. ¿Se habrá dado cuenta? ¿O es que a mí nunca
me busca en facebook mientras yo prácticamente acosaba el suyo? Por otra parte
como una idiota a veces me sorprendo escribiendo Coque en el buscador; que ya no está, ya lo
sé, le eliminé yo misma, pero es una especie de efecto placebo virtual ¿Me habrá escrito por
whatsapp? ¿Qué habrá puesto? ¿Habrá visto que no me llega?
Sí, la primera fase de la desintoxicación puede ser dura,
por eso la segunda te compensa. Primero te das cuenta que con la tontería se te
ha quitado el hambre, llevas dos semanas a base de café y sin mucho esfuerzo vuelves
a entrar en esos vaqueros que hacía dos años que ni te atrevías a mirar. A
continuación es el momento de sacar esos vaqueros a pasear y disfrutar primero
de los piropos menos objetivos de todos: los de tus amigos. Porque por lo menos
en mi caso, las abuelas tienden más a decirme lo que no les gusta que lo
contrario.
Quedé con Jaime para cenar en 29 Fanegas, él seguía en
crisis con Roberto y llevaba una semana horrible. Para mi sorpresa llegó más
tarde que yo, y más guapo que nunca. Había llegado a ese momento de la crisis
en que se cabrea y ya no siente ni dolor ni pena. Siente ganas de dejar de
llorar y pasárselo como los indios, y mis vaqueros asfixiantes pensaban igual.
La primera botella de vino bajó antes de que acabásemos los entrantes, y tengo
que confesar ser responsable del 75% de la acción.
Lo bueno de las depresiones de Jaime es que les pone un
límite, cuando era un adolescente su padre murió, y eso le ha enseñado a no
llorar por tonterías más de la cuenta y exprimir los momentos con aquellos que le importan al máximo, porque nunca se sabe cuándo van a dejar de estar ahí. Por eso, harto de compadecerse de sí mismo y de hacer guardia frente a la ventana de Roberto,
hoy estaba más charlatán que nunca y cuando llegamos al sorbete de limón al
cava ya habíamos celebrado todas las buenas noticias de la semana y nos
habíamos reído de todas las malas.
Era viernes, estábamos animadísimos, y los dos teníamos algo
claro: nos apetecía ligar. Nos jugamos a piedra papel tijera salir por Chueca o el Barrio de Salamanca, y
aunque tengo un método infalible, esta vez le dejé ganar.
Era una noche de esas en la que tenía la sensación de que
iba a tener que arrepentirme de algo, y para acompañar ese presentimiento, qué
mejor que unos chupitos. Nos metimos en uno de esos bares de Chueca en los que
los chupitos tienen colores de subrayador y nombres de luminoso de carretera.
Jaime y yo parecíamos los abuelos del local, la comunidad gay cada vez era más
joven, y por la impresión que tenía, más tolerante con la venta de alcohol a
menores. Cinco chupitos más tarde estábamos
jugando al limbo con chicos que estoy segura se sabían en que evoluciona
cada pokemon. Mikel y Samu eran dos estudiantes de Badajoz que todavía no habían
salido del armario y estaban pasando el fin de semana en Madrid, sacando a la
loca que llevan dentro por toda la capital del reino. Yo estaba encantada
porque no paraban de hacerme la pelota. Nada mejor que un gay eufórico para
subirte los ánimos. Dos bailes más tarde empezaban a desvelar sus verdaderas
intenciones, a los dos les gustaba Jaime y querían que les echase una mano.
Mis ilusiones de ligar se estrellaban contra las cuatro de
la mañana y Jaime estaba en una nube mientras dos yogurines se peleaban por invitarle a copas.
Un Robbie Williams entradito en carnes con una camiseta de red tiró de mí y me
perdí en una marabunda de hombres semidesnudos y boas rosas. Poco después, estaba de nuevo
jugando al limbo, esta vez con los tacones en la mano. Mucho mas tarde de lo que me
esperaba, estaba en el suelo riéndome y en una postura incómoda. Me ayudó a
levantarme uno de esos chicos que te hacen pensar ¿… en serio…tú también eres
gayy...? Y la respuesta me llegó cinco minutos después. Era la despedida de
soltero de su hermano, que era gay. Se llamaba algo que empieza con P y
trabajaba en algo que tiene que ver con aviones o radares o algo así. Volví a
tener la sensación de que iba a tener que arrepentirme de algo, así que por si
acaso le dije que me llamaba Mónica. No era el chico más divertido del mundo
pero sí suficientemente guapo como para que me olvidase de mi amigo. Había
perdido a Jaime y él, que normalmente se indignaba si le colgaba mi bolso, se encontraba hoy en posesión de todas mis pertenencias, supongo que a partir del quinto chupito podía haberle enganchado un koala y se habría quedado tan pancho. Uno de los chicos de la
despedida me prestó su teléfono para que le
llamase. Me fui al baño buscando algo de silencio. Mi móvil no lo cogía. El de Jaime, no me sabía número. Pero había un número que sí que me sabía. Llamé,
me cogió Coque, no respondí, tardó cinco segundos en cabrearse, colgué. El no
podía saber que había sido yo, había sido Mónica. Me dí cuenta de que tenía a
un guapo trintañero superhetero esperándome ahí fuera mientras yo jugaba a
tener trece años. Salí, le di el teléfono (borrada la llamada saliente) a una
de las locas de las boas y me acerqué a P. decidida. Cinco minutos después
estábamos besándonos apasionadamente en el baño de chicas, al fin y al cabo, no
se le daba mucho uso. P. tenía un cuerpo increíble y besaba mejor de lo que me
había imaginado. Alguien golpeó fuertemente, nos miramos, y un grito atravesó la
puerta:
-Abre o la tiro abajo
Abrí y un armario del África profunda y doscientos kilos de
peso me agarró del cuello como si fuese una delincuente buscada. Nos echaron, y
yo no tenía ni mi móvil, ni mis llaves. A P. no le costó demasiado
convencerme para que me fuese con él a casa y en menos de cinco minutos
estábamos repitiendo el numerito del baño, esta vez en el ascensor.
Nada más entrar en el vestíbulo, P. me dijo que no hiciese ruido. ¿Por qué? El porqué salió de su habitación a los dos minutos, el porqué tenía unos cuatro años y estaba armado con un osito de peluche, lo primero que pensé era si podía haber dejado a su hijo solo, pero una señora de setenta años, su madre, salió de la misma habitación para tranquilizar mis miedos. Pensé en algo que decir, no se me ocurrió nada, así que sencillamente me di la vuelta y me fui antes de que apareciese también la madre de la criatura. Bajé llorando por las escaleras para encontrarme con unas seis de la mañana bañadas por un diluvio. No tenía móvil, ni dinero, ni llaves, había llamado a Coque en mi noche de desintoxicación y básicamente me habían vetado la entrada en un garito del barrio mas promiscuo de España por golfa, lo cual no sabía si asumir como mérito o vergüenza. Pero no lloraba por eso. Lloraba porque había perdido a Jaime, me puse a caminar sin la menor idea de donde estaba. De repente vi una figura con un coqueto y acelerado andar, empapado y aún así con su pelo rubio impecable, y la cara más triste que la mía.
Nada más entrar en el vestíbulo, P. me dijo que no hiciese ruido. ¿Por qué? El porqué salió de su habitación a los dos minutos, el porqué tenía unos cuatro años y estaba armado con un osito de peluche, lo primero que pensé era si podía haber dejado a su hijo solo, pero una señora de setenta años, su madre, salió de la misma habitación para tranquilizar mis miedos. Pensé en algo que decir, no se me ocurrió nada, así que sencillamente me di la vuelta y me fui antes de que apareciese también la madre de la criatura. Bajé llorando por las escaleras para encontrarme con unas seis de la mañana bañadas por un diluvio. No tenía móvil, ni dinero, ni llaves, había llamado a Coque en mi noche de desintoxicación y básicamente me habían vetado la entrada en un garito del barrio mas promiscuo de España por golfa, lo cual no sabía si asumir como mérito o vergüenza. Pero no lloraba por eso. Lloraba porque había perdido a Jaime, me puse a caminar sin la menor idea de donde estaba. De repente vi una figura con un coqueto y acelerado andar, empapado y aún así con su pelo rubio impecable, y la cara más triste que la mía.
-¿Jaime?
-¿Laura?
Nos pusimos a correr y nos abrazamos como si ambos
viniésemos de la guerra.
-¿Qué ha pasado?- le pregunté
-Me echaron- balbuceó
-¿Qué? ¿De dónde?
-De Venue.
-¡A mí también!
¿También estabas en Venue?
-No, pero me echaron del primer sitio.
-¿A ti por qué te echaron?
-A mí por pasado de copas. ¿A ti?
-A mí, digamos que por moral distraída
-¿A tí por guarra y a mí por borracho? Vaya. Normalmente es al revés.
Nos empezamos a reír
como locos y cogimos un taxi con una sola parada. Para muchas personas era el momento
de prepararse algo rápido, calentito y grasiento. Para nosotros era la hora de
rematar esa botella de Grey Goose que tenía en el salón. Nos quedamos dormidos
una hora después acurrucados ambos en mí sofá.
Me desperté con una intensa fotofobia, una clase de claqué
practicando en mi cabeza y una sonrisa en la cara, porque tenía el mejor
secreto para cualquier desintoxicación a
mi lado, un buen amigo. Bueno, eso, y una tradicional intoxicación de chupitos
luminosos.