domingo, 7 de septiembre de 2014

8. Las princesas también tienen el síndrome de Estocolmo


Las primeras citas son fuente de ilusión y de inseguridad. Para la mayoría de los chicos giran alrededor de una incógnita: ¿Me dejará llevarla a la cama hoy? Para la mayoría de las chicas gira alrededor de otra incógnita totalmente distinta: ¿Qué me pongo? La respuesta a esta pregunta es la que debes hacerte frente a cualquier inseguridad en la vida: ¿Qué quieres?; quien tiene un qué tiene un cómo.
¿Qué quería? Quería pasármelo bien, quería gustarle, quería que me gustase, pero sobre todo, quería gustarle mas a él de lo que él me gustase a mí. Quería tener el control. Si quieres tener el control ya sabes automáticamente la respuesta a su incógnita; No, hoy no me iba a llevar a la cama. Utilicé mi hora de comer para recorrerme las tiendas de Velázquez en busca de algo que dijese “Soy coqueta y femenina, divertida y desenfadada, pero no soy fácil”. A ver si colaba… Lo cierto es que si no me gusta el chico, soy imposible (sobria), pero cuando me gusta, suelo ver bastante estúpido poner trabas, sin embargo, por mucho que nos empeñemos, la liberación sexual de la mujer sigue sin haber conseguido abolir una costumbre internacional; si te acuestas con él en la primera cita, no eres moderna, decidida e independiente; eres una golfa. Todo sería mucho más fácil si fuese un tío, claro que entonces el vestido skater camel del que me acababa de enamorar me quedaría bastante ridículo, por no hablar de los tacones de quince centímetros que se disponían a cuestionar mi economía mensual. Eso sí, da gusto salir con un chico alto y poder ponerte stilettos de vértigo sin miedo a parecer un travesti o que sus besos produzcan tortícolis en vez de pasión. 
Con dos bolsas en cada mano, la tarjeta al borde del cortocircuito, una sonrisa de oreja a oreja y algunos pájaros en la cabeza, volví a la oficina. Antes de que me hubiese sentado uno de los socios entró en mi despacho, habían adelantado la auditoría externa de la semana siguiente y tenía que irme a Mordor esa tarde. Mierda. Bajé la cabeza, disimuladamente escondí mis bolsas del pecado bajo la mesa con el pie y me fui. No iba a darme tiempo. No iba a llegar a mi cita perfecta y perfumada, con mi vestido de niña buena y mis zapatos de mujer sexy. A las nueve seguía poniendo patas pa´rriba la contabilidad de una empresa que había decidido ubicarse donde Cristo perdió el mechero. Le escribí.
Whatsapp:
Laura: Hola Diego!
Diego: ¿Qué tal? Nos vemos en un rato 😄😄
Laura: ojalá… pero me han mandado al quinto pimiento… salgo en un rato pero no me da tiempo, estoy muy lejos…
Diego: ¿Dónde estás?
Laura: compartir geolocalización
Diego: Te recojo en media hora
Laura: muchas gracias! Pero si no, podemos quedar otro día…no quiero que te molestes…
Diego: No es molestia, tengo muchas ganas de verte 😘😘
Laura: ok! Gracias! Muaa!

Pobrecito, se pensaba que iba a mojar. Cuando acabé de trabajar él ya llevaba un rato esperando en la puerta. No pude evitar sonreír al verle y comprobar que era aún mas mono de lo que recordaba. Y mas alto. Interioricé un“¡Toma!” y me felicité por hacer tan buena elección con lo perjudicada que iba aquel día.
Diego se parecía bastante a lo que es mi prototipo; alto, castaño, bien vestido y con cuerpo atlético. Fuimos a un bar irlandés cerca de Alonso Martínez, tenía billar y las mejores alitas de pollo que he tomado nunca. Fue idea mía. Una vez había tenido ahí una cita perfecta, una cita improvisada de esas que incluyen altercado con el chulito del bar e intento de robo de vehículo. Una cita que había repasado en mi cabeza una y otra vez con un auténtico príncipe del S.XXI, un príncipe que había desaparecido en su raudo corcel para volver a su Francia natal. Chico mono, copas, billar. Pensé que si podía volver a juntar los ingredientes podría recrear aquella cita. Yo pedí una copa de vino, él una coca-cola. Una parte de mí quiere admirar a las personas que no necesitan alcohol para divertirse, pero lo cierto es que les desprecio un poquito. Te hacen sentir mal. Y si es un chico y es la primera cita, aún peor, te sientes observada, juzgada y vulnerable a partir de la tercera. Se desequilibra la balanza.
Nos hicimos las primeras preguntas, mientras yo devoraba las alitas y él las miraba poco convencido, a qué te dedicas, qué estudiaste, dónde creciste. Yo intentaba contestar todo de una forma neutralmente insincera porque aún no sabía a partir de qué punto la sinceridad podría asustarle. Aburrida de tanta charla prefabricada me levanté y cogí dos palos de billar.
-         ¿Te animas?
-         Hace mucho que no juego.
-         Yo juego a veces, pero soy malísima.
-         Venga.
Me ganó. Sonreí. Pedí otra copa. Y él otra coca-cola. No hubo gran diversión. Eso sí, él me miraba con una cara de adoración que me costaba explicar. El día que nos conocimos yo no me tenía en pie. Y ahora le hacía más caso a las copas que a él, porque era francamente aburrido. Me hablaba continuamente de futbol, emocionado. Qué pocas tablas. A mí no se me ocurre ir a una primera cita a hablar de bolsos y zapatos.
Pedí la cuenta, pero él ya se había ocupado de eso cuando yo estaba en el baño. Salimos. Estaba ante un chico que me gustaba y que cumplía rigurosamente cada requisito de la lista de príncipe azul. Estaba ante un chico que no me divertía demasiado. Estaba ante un intento de recrear algo que no volvería a pasar, y es que las comparaciones y grandes expectativas pueden ocuparse de que no disfrutes de una cita ideal. Porque no es real. Porque estaba prefabricada. Porque cuando ya has dibujado en tu mente la película de un libro cualquier versión que proyecten te va a defraudar.
Entonces me miró, sonrió y me besó. Y ese beso no era comparable a ningún otro y superaba cualquier expectativa. La chispa no era prefabricada sino genuina. Y se me iluminó una sonrisa en la cara. Porque dicen que la primera impresión es la más importante, pero no es así. El primer beso puede romper con esa impresión en cuestión de segundos. Y es que las mejores relaciones y amistades son aquellas cuya historia empieza contando que al principio no os soportabais.
Me pregunté si a él también le habría cautivado ese beso, al fin y al cabo mi balanza tenía un superávit de tres gin tonics. Le miré a los ojos y supe que sí. Me acompañó paseando a casa y nos despedimos con otro beso mágico en la puerta. Me preguntó si le invitaba a entrar. Le besé y susurré que tal vez otro día.
Me faltó tiempo para servirme un Martini y tener mi sobremesa en mi sofá con mi grupo de whatsapp favorito. Vega y Blanca me felicitaban por no haberle dejado entrar, creían que como mínimo debía esperar hasta la tercera cita. Jaime y Geraldine me reprendían por no dejarme llevar, el primero era un reputado seductor sorprendentemente ennoviado que no podía evitar echar de menos la locura de la soltería y la segunda acababa de descubrir el tiempo que había perdido en la que ahora consideraba cárcel de la fidelidad. Yo me había quedado con ganas de mas, me gustaban tanto sus besos como odiaba la estúpida burocracia de la regla de los tres días. A la media hora me escribió Diego.
Whatsapp
Diego: Ya he llegado a casa
Diego: Muchas gracias por esta noche bombón.
Diego: Que duermas bien princesa.
 Y aunque ya había aprendido esa noche que las comparaciones no ayudan, no pude evitar pensar en Coque, y en cómo se deshacía en halagos y detalles cada vez que quería que le hiciese caso, pero cómo antes de que me despertase había desaparecido y no se molestaba en dar señales de vida hasta que se volviese a poner mimoso. Parece que si a un hombre le das lo que quiere, te trata de cualquier forma, pero si lo mandas a casa con el calentón se comporta como un príncipe. Luego las rebuscadas somos nosotras. Y la pregunta era ¿Se comporta como un príncipe porque tiene un objetivo o lo hace porque de verdad le gusto?
Dormí cinco horas. Y no me despertó la alarma. Lo hizo él. Buenos días, piropos y muchos emoticonos. Un poco de niña lo de los emoticonos, pero me arrancó una sonrisita tonta. Me había olvidado de lo que era el tonteo. Y me estaba encantando. Era tan empalagoso que me daba vergüenza que alguien pudiese ver la cara de imbécil que se me ponía cada vez que miraba el móvil.
Y así pasaron dos días. Pegada al teléfono, con cara de subnormal, comiendo poco y soñando mucho. Y cuando llegó el momento llegó el dilema.
Whatsapp
Laura: jujuuy hoy es mi noche
Jaime: oléé por fin! Que se te estaba poniendo la cara azul
Laura: Ja-Ja-Ja
Geraldine: Lau! Luego me cuentas!! Quiero Fotos!!
Geraldine: video video mejor Lau
Blanca: Ni caso!! Gerald date una ducha de agua fría..
Blanca: Lau, es a la  tercera cita, no a la segunda!
Vega: mira quien va a dar lecciones… la que estba con un casado!
Blanca: Idiota no estaba casado
Vega: jajaja ahora en serio Lau, se que eres cortita, pero 1+1 son 2, no 3
Laura: q dices? Es la tercera cita
Blanca: Es la segunda! Mentirosa!
Geraldine: es la segunda y aun no te lo has tirado me has defraudado
Laura: A ver! La primera cuando le conoci, la segunda la del pub irlandés, y la tercera hoy!
Jaime: Claro que es la tercera!
Vega: NO! La vez que le conociste no era una cita. Cita implica premeditación y fue por casualidad así que técnicamente esta es vuestra segunda cita.
Jaime: ya vino la abogada que como tiene al novio en el quinto pimiento y no moja quiere que los demás nos solidaricemos
Vega: Jaime tú quieres morir asesinado? Que conste por escrito que no es una amenaza sino una simple pregunta curiosa
Laura: Bueno ya veré lo que hago! Luego os cuento! Callaros un rato que me salen vuestros comentarios en la pantalla y el otro día leyó uno muy burro de Vega..
Vega:MMUUUUUAAAAHHHHHHAAHAHHHHAAAAAH
Vega: MUAHHHAAAHAAAAAMUAAAHHHAAAAHAAA
Jaime: Has despertado a la bestia
Laura: q?
Vega: AUN NO LE HAS DICHO A DIEGO QUE TE QUIERES QUEDAR EMBARAZADA?
Jaime: ahora no te va a dejar en paz en toda la noche
Vega: AUN NO LE HAS DICHO A DIEGO QUE TIENES PENE?
Blanca: jajjajajajajajajjajajajja
Vega: AUN NO LE HAS DICHO A DIEGO QUE UNA VEZ MATASTE A UN HOMBRE?
Blanca: jajajajajjajajajjajajajajaj
Laura: yo lo arreglo
            Vega ha sido eliminada del grupo
Blanca: jajajajajajjajajajjajajaj
Laura: tú cállate o eres la siguiente
Yo sabía perfectamente que era la segunda cita y que tenía que esperar, pero había intentado hacer la trampilla mental porque no quería. A la mierda las reglas. Carpe diem. Y eso hice. Carpe diem toda la noche. Hablamos lo necesario y nos besamos como adolescentes durante horas. Y aproveché el momento porque nunca unos besos me habían sabido tan bien. Probablemente fuese aún mejor en la cama, pero había puesto el listón muy alto y de pronto me había visto transportada a esa adolescencia que siempre quise y nunca tuve, en la que yo era la chica popular y salía con un guapo y rubio melenudo que jugaba en algún equipo con otros guapos y deportivos melenudos. A lo mejor era mi primera crisis de los “camino de los treinta”. El caso es que además, mi quarterback había sido un perfecto caballero. Dormimos pegados, con las manos entrelazadas. Se levantó antes de las siete, y nos seguimos besando hasta que ya iba con media hora de retraso. Y el día se compuso de whatsapps cursis y emoticonos casi gays.
Y así pasaron otros dos largos días, yo me entregué al empalague telefónico y a la costumbre de mandar y recibir fotos idiotas como la bolsa de la compra para enterarnos con todo detalle de lo que hacía el otro en cada momento. Si me veo desde fuera, me habría pegado una torta con la mano abierta.
Mientras tanto mis amigos se repartieron el bote de la porra que habían hecho. Jaime y Geraldine estaban cabreados, al parecer mi frigidez les había costado unos eurillos.
Y llegó el día X. El día de la tercera cita. Y no podíamos parar de hablar aunque nos íbamos a ver en pocas horas. Me dijo que se había pedido el día siguiente libre, para no tener que despertarme si volvíamos a dormir juntos. Dormir decía, que mono. En un ataque de adolecentismo me pedí el día siguiente libre yo también.
Volví a casa pensando en él. Y la calle me parecía mas bonita que nunca. Y sus escaparates mas tentadores. Paré en La Perla, nunca me quedaban bien pero tenían un conjunto en el escaparate que daban ganas de tenerlo aunque solo fuese para mirarlo. Una vez un hombre me dijo que era un peligro darle a una mujer en celo una tarjeta de crédito, y yo le di una torta. Ahora creo que tal vez no se la merecía tanto.
No llegué hasta las ocho. Y empezó el ritual. Música, Martini y una batita. Las horas que dedicas a arreglarte son directamente proporcionales con lo pillada que estás. Y yo estaba pillada nivel depilación integral, mascarilla, exfoliación, limpieza de poros, y llamada a Blanca para que me hiciese onditas en el pelo. Y para que me prestase su vestido. Uno de niña buena que tiene como de gasita negra y encaje romántico que le da un toque picantón porque no estás segura de si es un vestido o un camisón. Medias de liga, lencería de La Perla y Aire de Loewe. Cenamos en un restaurante romántico, nos miramos mucho a los ojos y hablamos poco. Y me miraba tanto a los ojos que a veces se me hacía raro. Y me cogía tanto la manita que acabé convirtiendo mi solomillo en un steak tartar. Me gustaba, me gustaba cuando nos besábamos y cuando tonteábamos por whatsapp. Me gustaba cuando paseábamos de la mano y cuando dormía apoyada en su pecho. Pero no podía dejar de pensar …hijo de mi vida tómate una copa de lo que sea que me duermo y devuélveme la mano porque también se me está durmiendo…
Un paseo de diez minutos puede durar mas de una hora si paráis a besaros en cada esquina. Y sobre todo si los besos son los de Diego. Ya no podía esperar mas. Y si yo estaba así, él, siendo hombre, tenía que estar subiéndose por las paredes. Y por fín. Llegamos a casa.
Le propuse una copa. Y por primera vez no me importó en absoluto que la rechazase. Es difícil llegar hasta el sofá si camináis como si fueseis mellizos pegados. Me dí con toda la esquina de la mesa en la rodilla y tampoco me pudo importar menos. Besos y mas besos, y sus manos en mi cuello, y en mi espalda. Y yo pensando…éste hoy va a flipar, debe tener unas ganas… y me quité el vestido sacando a relucir mi mas llamativos atributos, y pensé, sentada encima de él, besándole y sintiéndome una diosa, éste debe estar en el cielo, y éste me miró a los ojos y me dijo con esa mirada pilla -habrá que dejar algo para mas adelante, ¿no?- y me arrancó una sonrisa al ver que sí que tenía algo de sentido del humor. Y agarré su cinturón, y él agarró mi mano y susurró –hoy no tengo ganas- y entonces me quedé blanca e inerte, sentada encima de él, con mas de trescientos euros de lencería encima, con mi ego transitorio de diosa por los suelos, con un golpe en la rodilla y un Martini de menos.
-         ¿Estás en serio?
-         Si, estamos bien así.
-         ¿Pero qué pasa? ¿Estás cansado?
-         No, que va, si no tengo nada de sueño…
-         ¿Es por un tema religioso o algo así?
-         No, es solo que no me apetece. ¿Vemos la tele?
Me agarró dulcemente el cuello y apoyó mi cabeza en su regazo. Cogió la mantita y me cubrió con ella, la separé, la volvió a colocar diciendo - no quiero que cojas frío princesa- a mí se me ocurren mejores formas de entrar en calor, pensé. Me quedé mirando la televisión, una escena subida de tono en un videoclip, muy apropiado para el momento, el me acariciaba dulcemente la cabeza y yo hacía lo posible por no llorar. Y una vez mas, hacía lo posible por no compararle con Coque. A él le habría faltado tiempo para arrancarme la ropa a mordiscos. Y entonces empezaron las inseguridades ¿será que no le gusto? ¿estaré gorda? ¿le habré parecido demasiado lanzada? ¿no querrá volver a verme? ¿habré comido con la boca abierta? ¿le habrá escandalizado mi vestido-camisón? ¿qué he hecho mal?
Lo único que había hecho mal era creer en las reglas, pensar que podía controlar el resultado. La regla de los tres días es una trampa para mujeres que creemos que todos los hombres son iguales, porque depende de otra ley fantasma y es que el derecho a decir no está constitucionalmente reservado a las féminas, y el día que un hombre te tapa con la p*** mantita, te das cuenta de que no vale de nada ninguna regla si ellos también ostentan ese derecho.
Hasta las cuatro de la mañana me acarició la cabeza como si fuera su golden retriever mientras yo ahogaba mis penas en Martini, sin importarme lo mas mínimo lo que le pareciese. Y el comentaba los videoclips en alto. Hasta que me puse de pie y le dije que me iba a la cama. Entonces el se levantó, me abrazó por detrás y empezó a besarme y nos fuimos a la cama caminando otra vez como mellizos pegados. Mis esperanzas reflotaron. En cuanto me puse mas cariñosa, me abrazó fuerte contra su pecho y me dijo, dándome un beso en la frente, -buenas noches princesa-, le acaricié el pelo, le besé y le dije, - bueno, mañana aún tenemos tiempo-, a lo que contestó,-no, mañana tampoco-.
¿Cómo podía tener tan mala suerte? ¿Por qué me tenía que tocar o un salido absoluto como Coque o todo lo contrario? ¿Es que no había un término medio para mí?
Dormir abrazada a un hombre es genial cuando te encanta, cuando acabáis de hacer el amor y estáis en ese momento en el que prefieres estar incómoda que a un solo centímetro de distancia él, no cuando te sientes rechazada y humillada y además te abraza tan fuerte que no te deja respirar. No cuando has pedido un día libre para emplearlo en miraros a los ojos y punto. No cuando llevas meses a pan y agua y te acaban de poner a cien. Intentaba zafarme de la postura pero era imposible. Recordé cómo le llamaban a una de mi clase: efecto microondas; calienta pero no cocina. Parece ser que dicho fenómeno ya no es patrimonio exclusivo de las mujeres. Intenté ver el vaso medio lleno, pensar que me respetaba, era romántico, quería esperar porque era especial…pero seguía sin convencerme, ¿qué sería lo próximo? ¿Le dolería la cabeza? ¿Estaría con la regla? Maldito intrusismo de género. Dejé de luchar contra aquella postura y contra la prohibición de comparar. Y me dejé llevar pensando en Coque y en lo apasionado que era, en como se volvía loco cuando me tenía cerca. En cómo no nos dormíamos hasta que caíamos extasiados. También pensé en mí y en lo que deseaba cuando estaba con Coque. Deseaba ver videoclips hasta las tantas con él acariciándome la cabeza. Deseaba que no pudiese dormir a un centímetro de mí, y que me besase la frente y me dijese –buenas noches princesa-, que me tapase con la mantita, y ahora aborrecía todos esos gestos y quería locura y pasión, es verdad que siempre queremos lo que no tenemos. Igual que ellos. Así que, en vez de pensar en un príncipe me dormí, atrapada en la mazmorra de sus fuertes brazos, soñando con la historia de un villano, en la que una princesa era raptada y retenida por un poderoso y malvado caballero armado con mil mentiras y provisto de cien caras. Y la salvaba un príncipe guapo y gentil, a lomos de un caballo blanco, que la trataba como princesa y no como vulgar cortesana, y se la llevaba a sus aposentos donde la cortejaba y la cortejaba pero la aburría y desesperaba. Y entonces la princesa, que casi no podía respirar, miraba por la ventana recordando con recelo su anterior desventura, añorando aquella mazmorra y rezando para que el malvado caballero volviese, volando en su dragón, para raptarla de nuevo y se fundiesen en uno en una noche de pasión.
Parece ser que los príncipes han pasado de moda y que el personaje que triunfa en los tiempos que corren es el antihéroe, lo que no tengo claro es si todavía queremos ser princesas, delicadas flores que se miman y respetan. Y es que si no es posible hacer una del Dr. Frankeinstain y crear nuestro híbrido ideal, desde luego yo prefiero un apasionado antihéroe que un príncipe amante de la jardinería. Parece que en S.XXI, las princesas también tienen el síndrome de Estocolmo.