domingo, 7 de septiembre de 2014

8. Las princesas también tienen el síndrome de Estocolmo


Las primeras citas son fuente de ilusión y de inseguridad. Para la mayoría de los chicos giran alrededor de una incógnita: ¿Me dejará llevarla a la cama hoy? Para la mayoría de las chicas gira alrededor de otra incógnita totalmente distinta: ¿Qué me pongo? La respuesta a esta pregunta es la que debes hacerte frente a cualquier inseguridad en la vida: ¿Qué quieres?; quien tiene un qué tiene un cómo.
¿Qué quería? Quería pasármelo bien, quería gustarle, quería que me gustase, pero sobre todo, quería gustarle mas a él de lo que él me gustase a mí. Quería tener el control. Si quieres tener el control ya sabes automáticamente la respuesta a su incógnita; No, hoy no me iba a llevar a la cama. Utilicé mi hora de comer para recorrerme las tiendas de Velázquez en busca de algo que dijese “Soy coqueta y femenina, divertida y desenfadada, pero no soy fácil”. A ver si colaba… Lo cierto es que si no me gusta el chico, soy imposible (sobria), pero cuando me gusta, suelo ver bastante estúpido poner trabas, sin embargo, por mucho que nos empeñemos, la liberación sexual de la mujer sigue sin haber conseguido abolir una costumbre internacional; si te acuestas con él en la primera cita, no eres moderna, decidida e independiente; eres una golfa. Todo sería mucho más fácil si fuese un tío, claro que entonces el vestido skater camel del que me acababa de enamorar me quedaría bastante ridículo, por no hablar de los tacones de quince centímetros que se disponían a cuestionar mi economía mensual. Eso sí, da gusto salir con un chico alto y poder ponerte stilettos de vértigo sin miedo a parecer un travesti o que sus besos produzcan tortícolis en vez de pasión. 
Con dos bolsas en cada mano, la tarjeta al borde del cortocircuito, una sonrisa de oreja a oreja y algunos pájaros en la cabeza, volví a la oficina. Antes de que me hubiese sentado uno de los socios entró en mi despacho, habían adelantado la auditoría externa de la semana siguiente y tenía que irme a Mordor esa tarde. Mierda. Bajé la cabeza, disimuladamente escondí mis bolsas del pecado bajo la mesa con el pie y me fui. No iba a darme tiempo. No iba a llegar a mi cita perfecta y perfumada, con mi vestido de niña buena y mis zapatos de mujer sexy. A las nueve seguía poniendo patas pa´rriba la contabilidad de una empresa que había decidido ubicarse donde Cristo perdió el mechero. Le escribí.
Whatsapp:
Laura: Hola Diego!
Diego: ¿Qué tal? Nos vemos en un rato 😄😄
Laura: ojalá… pero me han mandado al quinto pimiento… salgo en un rato pero no me da tiempo, estoy muy lejos…
Diego: ¿Dónde estás?
Laura: compartir geolocalización
Diego: Te recojo en media hora
Laura: muchas gracias! Pero si no, podemos quedar otro día…no quiero que te molestes…
Diego: No es molestia, tengo muchas ganas de verte 😘😘
Laura: ok! Gracias! Muaa!

Pobrecito, se pensaba que iba a mojar. Cuando acabé de trabajar él ya llevaba un rato esperando en la puerta. No pude evitar sonreír al verle y comprobar que era aún mas mono de lo que recordaba. Y mas alto. Interioricé un“¡Toma!” y me felicité por hacer tan buena elección con lo perjudicada que iba aquel día.
Diego se parecía bastante a lo que es mi prototipo; alto, castaño, bien vestido y con cuerpo atlético. Fuimos a un bar irlandés cerca de Alonso Martínez, tenía billar y las mejores alitas de pollo que he tomado nunca. Fue idea mía. Una vez había tenido ahí una cita perfecta, una cita improvisada de esas que incluyen altercado con el chulito del bar e intento de robo de vehículo. Una cita que había repasado en mi cabeza una y otra vez con un auténtico príncipe del S.XXI, un príncipe que había desaparecido en su raudo corcel para volver a su Francia natal. Chico mono, copas, billar. Pensé que si podía volver a juntar los ingredientes podría recrear aquella cita. Yo pedí una copa de vino, él una coca-cola. Una parte de mí quiere admirar a las personas que no necesitan alcohol para divertirse, pero lo cierto es que les desprecio un poquito. Te hacen sentir mal. Y si es un chico y es la primera cita, aún peor, te sientes observada, juzgada y vulnerable a partir de la tercera. Se desequilibra la balanza.
Nos hicimos las primeras preguntas, mientras yo devoraba las alitas y él las miraba poco convencido, a qué te dedicas, qué estudiaste, dónde creciste. Yo intentaba contestar todo de una forma neutralmente insincera porque aún no sabía a partir de qué punto la sinceridad podría asustarle. Aburrida de tanta charla prefabricada me levanté y cogí dos palos de billar.
-         ¿Te animas?
-         Hace mucho que no juego.
-         Yo juego a veces, pero soy malísima.
-         Venga.
Me ganó. Sonreí. Pedí otra copa. Y él otra coca-cola. No hubo gran diversión. Eso sí, él me miraba con una cara de adoración que me costaba explicar. El día que nos conocimos yo no me tenía en pie. Y ahora le hacía más caso a las copas que a él, porque era francamente aburrido. Me hablaba continuamente de futbol, emocionado. Qué pocas tablas. A mí no se me ocurre ir a una primera cita a hablar de bolsos y zapatos.
Pedí la cuenta, pero él ya se había ocupado de eso cuando yo estaba en el baño. Salimos. Estaba ante un chico que me gustaba y que cumplía rigurosamente cada requisito de la lista de príncipe azul. Estaba ante un chico que no me divertía demasiado. Estaba ante un intento de recrear algo que no volvería a pasar, y es que las comparaciones y grandes expectativas pueden ocuparse de que no disfrutes de una cita ideal. Porque no es real. Porque estaba prefabricada. Porque cuando ya has dibujado en tu mente la película de un libro cualquier versión que proyecten te va a defraudar.
Entonces me miró, sonrió y me besó. Y ese beso no era comparable a ningún otro y superaba cualquier expectativa. La chispa no era prefabricada sino genuina. Y se me iluminó una sonrisa en la cara. Porque dicen que la primera impresión es la más importante, pero no es así. El primer beso puede romper con esa impresión en cuestión de segundos. Y es que las mejores relaciones y amistades son aquellas cuya historia empieza contando que al principio no os soportabais.
Me pregunté si a él también le habría cautivado ese beso, al fin y al cabo mi balanza tenía un superávit de tres gin tonics. Le miré a los ojos y supe que sí. Me acompañó paseando a casa y nos despedimos con otro beso mágico en la puerta. Me preguntó si le invitaba a entrar. Le besé y susurré que tal vez otro día.
Me faltó tiempo para servirme un Martini y tener mi sobremesa en mi sofá con mi grupo de whatsapp favorito. Vega y Blanca me felicitaban por no haberle dejado entrar, creían que como mínimo debía esperar hasta la tercera cita. Jaime y Geraldine me reprendían por no dejarme llevar, el primero era un reputado seductor sorprendentemente ennoviado que no podía evitar echar de menos la locura de la soltería y la segunda acababa de descubrir el tiempo que había perdido en la que ahora consideraba cárcel de la fidelidad. Yo me había quedado con ganas de mas, me gustaban tanto sus besos como odiaba la estúpida burocracia de la regla de los tres días. A la media hora me escribió Diego.
Whatsapp
Diego: Ya he llegado a casa
Diego: Muchas gracias por esta noche bombón.
Diego: Que duermas bien princesa.
 Y aunque ya había aprendido esa noche que las comparaciones no ayudan, no pude evitar pensar en Coque, y en cómo se deshacía en halagos y detalles cada vez que quería que le hiciese caso, pero cómo antes de que me despertase había desaparecido y no se molestaba en dar señales de vida hasta que se volviese a poner mimoso. Parece que si a un hombre le das lo que quiere, te trata de cualquier forma, pero si lo mandas a casa con el calentón se comporta como un príncipe. Luego las rebuscadas somos nosotras. Y la pregunta era ¿Se comporta como un príncipe porque tiene un objetivo o lo hace porque de verdad le gusto?
Dormí cinco horas. Y no me despertó la alarma. Lo hizo él. Buenos días, piropos y muchos emoticonos. Un poco de niña lo de los emoticonos, pero me arrancó una sonrisita tonta. Me había olvidado de lo que era el tonteo. Y me estaba encantando. Era tan empalagoso que me daba vergüenza que alguien pudiese ver la cara de imbécil que se me ponía cada vez que miraba el móvil.
Y así pasaron dos días. Pegada al teléfono, con cara de subnormal, comiendo poco y soñando mucho. Y cuando llegó el momento llegó el dilema.
Whatsapp
Laura: jujuuy hoy es mi noche
Jaime: oléé por fin! Que se te estaba poniendo la cara azul
Laura: Ja-Ja-Ja
Geraldine: Lau! Luego me cuentas!! Quiero Fotos!!
Geraldine: video video mejor Lau
Blanca: Ni caso!! Gerald date una ducha de agua fría..
Blanca: Lau, es a la  tercera cita, no a la segunda!
Vega: mira quien va a dar lecciones… la que estba con un casado!
Blanca: Idiota no estaba casado
Vega: jajaja ahora en serio Lau, se que eres cortita, pero 1+1 son 2, no 3
Laura: q dices? Es la tercera cita
Blanca: Es la segunda! Mentirosa!
Geraldine: es la segunda y aun no te lo has tirado me has defraudado
Laura: A ver! La primera cuando le conoci, la segunda la del pub irlandés, y la tercera hoy!
Jaime: Claro que es la tercera!
Vega: NO! La vez que le conociste no era una cita. Cita implica premeditación y fue por casualidad así que técnicamente esta es vuestra segunda cita.
Jaime: ya vino la abogada que como tiene al novio en el quinto pimiento y no moja quiere que los demás nos solidaricemos
Vega: Jaime tú quieres morir asesinado? Que conste por escrito que no es una amenaza sino una simple pregunta curiosa
Laura: Bueno ya veré lo que hago! Luego os cuento! Callaros un rato que me salen vuestros comentarios en la pantalla y el otro día leyó uno muy burro de Vega..
Vega:MMUUUUUAAAAHHHHHHAAHAHHHHAAAAAH
Vega: MUAHHHAAAHAAAAAMUAAAHHHAAAAHAAA
Jaime: Has despertado a la bestia
Laura: q?
Vega: AUN NO LE HAS DICHO A DIEGO QUE TE QUIERES QUEDAR EMBARAZADA?
Jaime: ahora no te va a dejar en paz en toda la noche
Vega: AUN NO LE HAS DICHO A DIEGO QUE TIENES PENE?
Blanca: jajjajajajajajajjajajajja
Vega: AUN NO LE HAS DICHO A DIEGO QUE UNA VEZ MATASTE A UN HOMBRE?
Blanca: jajajajajjajajajjajajajajaj
Laura: yo lo arreglo
            Vega ha sido eliminada del grupo
Blanca: jajajajajajjajajajjajajaj
Laura: tú cállate o eres la siguiente
Yo sabía perfectamente que era la segunda cita y que tenía que esperar, pero había intentado hacer la trampilla mental porque no quería. A la mierda las reglas. Carpe diem. Y eso hice. Carpe diem toda la noche. Hablamos lo necesario y nos besamos como adolescentes durante horas. Y aproveché el momento porque nunca unos besos me habían sabido tan bien. Probablemente fuese aún mejor en la cama, pero había puesto el listón muy alto y de pronto me había visto transportada a esa adolescencia que siempre quise y nunca tuve, en la que yo era la chica popular y salía con un guapo y rubio melenudo que jugaba en algún equipo con otros guapos y deportivos melenudos. A lo mejor era mi primera crisis de los “camino de los treinta”. El caso es que además, mi quarterback había sido un perfecto caballero. Dormimos pegados, con las manos entrelazadas. Se levantó antes de las siete, y nos seguimos besando hasta que ya iba con media hora de retraso. Y el día se compuso de whatsapps cursis y emoticonos casi gays.
Y así pasaron otros dos largos días, yo me entregué al empalague telefónico y a la costumbre de mandar y recibir fotos idiotas como la bolsa de la compra para enterarnos con todo detalle de lo que hacía el otro en cada momento. Si me veo desde fuera, me habría pegado una torta con la mano abierta.
Mientras tanto mis amigos se repartieron el bote de la porra que habían hecho. Jaime y Geraldine estaban cabreados, al parecer mi frigidez les había costado unos eurillos.
Y llegó el día X. El día de la tercera cita. Y no podíamos parar de hablar aunque nos íbamos a ver en pocas horas. Me dijo que se había pedido el día siguiente libre, para no tener que despertarme si volvíamos a dormir juntos. Dormir decía, que mono. En un ataque de adolecentismo me pedí el día siguiente libre yo también.
Volví a casa pensando en él. Y la calle me parecía mas bonita que nunca. Y sus escaparates mas tentadores. Paré en La Perla, nunca me quedaban bien pero tenían un conjunto en el escaparate que daban ganas de tenerlo aunque solo fuese para mirarlo. Una vez un hombre me dijo que era un peligro darle a una mujer en celo una tarjeta de crédito, y yo le di una torta. Ahora creo que tal vez no se la merecía tanto.
No llegué hasta las ocho. Y empezó el ritual. Música, Martini y una batita. Las horas que dedicas a arreglarte son directamente proporcionales con lo pillada que estás. Y yo estaba pillada nivel depilación integral, mascarilla, exfoliación, limpieza de poros, y llamada a Blanca para que me hiciese onditas en el pelo. Y para que me prestase su vestido. Uno de niña buena que tiene como de gasita negra y encaje romántico que le da un toque picantón porque no estás segura de si es un vestido o un camisón. Medias de liga, lencería de La Perla y Aire de Loewe. Cenamos en un restaurante romántico, nos miramos mucho a los ojos y hablamos poco. Y me miraba tanto a los ojos que a veces se me hacía raro. Y me cogía tanto la manita que acabé convirtiendo mi solomillo en un steak tartar. Me gustaba, me gustaba cuando nos besábamos y cuando tonteábamos por whatsapp. Me gustaba cuando paseábamos de la mano y cuando dormía apoyada en su pecho. Pero no podía dejar de pensar …hijo de mi vida tómate una copa de lo que sea que me duermo y devuélveme la mano porque también se me está durmiendo…
Un paseo de diez minutos puede durar mas de una hora si paráis a besaros en cada esquina. Y sobre todo si los besos son los de Diego. Ya no podía esperar mas. Y si yo estaba así, él, siendo hombre, tenía que estar subiéndose por las paredes. Y por fín. Llegamos a casa.
Le propuse una copa. Y por primera vez no me importó en absoluto que la rechazase. Es difícil llegar hasta el sofá si camináis como si fueseis mellizos pegados. Me dí con toda la esquina de la mesa en la rodilla y tampoco me pudo importar menos. Besos y mas besos, y sus manos en mi cuello, y en mi espalda. Y yo pensando…éste hoy va a flipar, debe tener unas ganas… y me quité el vestido sacando a relucir mi mas llamativos atributos, y pensé, sentada encima de él, besándole y sintiéndome una diosa, éste debe estar en el cielo, y éste me miró a los ojos y me dijo con esa mirada pilla -habrá que dejar algo para mas adelante, ¿no?- y me arrancó una sonrisa al ver que sí que tenía algo de sentido del humor. Y agarré su cinturón, y él agarró mi mano y susurró –hoy no tengo ganas- y entonces me quedé blanca e inerte, sentada encima de él, con mas de trescientos euros de lencería encima, con mi ego transitorio de diosa por los suelos, con un golpe en la rodilla y un Martini de menos.
-         ¿Estás en serio?
-         Si, estamos bien así.
-         ¿Pero qué pasa? ¿Estás cansado?
-         No, que va, si no tengo nada de sueño…
-         ¿Es por un tema religioso o algo así?
-         No, es solo que no me apetece. ¿Vemos la tele?
Me agarró dulcemente el cuello y apoyó mi cabeza en su regazo. Cogió la mantita y me cubrió con ella, la separé, la volvió a colocar diciendo - no quiero que cojas frío princesa- a mí se me ocurren mejores formas de entrar en calor, pensé. Me quedé mirando la televisión, una escena subida de tono en un videoclip, muy apropiado para el momento, el me acariciaba dulcemente la cabeza y yo hacía lo posible por no llorar. Y una vez mas, hacía lo posible por no compararle con Coque. A él le habría faltado tiempo para arrancarme la ropa a mordiscos. Y entonces empezaron las inseguridades ¿será que no le gusto? ¿estaré gorda? ¿le habré parecido demasiado lanzada? ¿no querrá volver a verme? ¿habré comido con la boca abierta? ¿le habrá escandalizado mi vestido-camisón? ¿qué he hecho mal?
Lo único que había hecho mal era creer en las reglas, pensar que podía controlar el resultado. La regla de los tres días es una trampa para mujeres que creemos que todos los hombres son iguales, porque depende de otra ley fantasma y es que el derecho a decir no está constitucionalmente reservado a las féminas, y el día que un hombre te tapa con la p*** mantita, te das cuenta de que no vale de nada ninguna regla si ellos también ostentan ese derecho.
Hasta las cuatro de la mañana me acarició la cabeza como si fuera su golden retriever mientras yo ahogaba mis penas en Martini, sin importarme lo mas mínimo lo que le pareciese. Y el comentaba los videoclips en alto. Hasta que me puse de pie y le dije que me iba a la cama. Entonces el se levantó, me abrazó por detrás y empezó a besarme y nos fuimos a la cama caminando otra vez como mellizos pegados. Mis esperanzas reflotaron. En cuanto me puse mas cariñosa, me abrazó fuerte contra su pecho y me dijo, dándome un beso en la frente, -buenas noches princesa-, le acaricié el pelo, le besé y le dije, - bueno, mañana aún tenemos tiempo-, a lo que contestó,-no, mañana tampoco-.
¿Cómo podía tener tan mala suerte? ¿Por qué me tenía que tocar o un salido absoluto como Coque o todo lo contrario? ¿Es que no había un término medio para mí?
Dormir abrazada a un hombre es genial cuando te encanta, cuando acabáis de hacer el amor y estáis en ese momento en el que prefieres estar incómoda que a un solo centímetro de distancia él, no cuando te sientes rechazada y humillada y además te abraza tan fuerte que no te deja respirar. No cuando has pedido un día libre para emplearlo en miraros a los ojos y punto. No cuando llevas meses a pan y agua y te acaban de poner a cien. Intentaba zafarme de la postura pero era imposible. Recordé cómo le llamaban a una de mi clase: efecto microondas; calienta pero no cocina. Parece ser que dicho fenómeno ya no es patrimonio exclusivo de las mujeres. Intenté ver el vaso medio lleno, pensar que me respetaba, era romántico, quería esperar porque era especial…pero seguía sin convencerme, ¿qué sería lo próximo? ¿Le dolería la cabeza? ¿Estaría con la regla? Maldito intrusismo de género. Dejé de luchar contra aquella postura y contra la prohibición de comparar. Y me dejé llevar pensando en Coque y en lo apasionado que era, en como se volvía loco cuando me tenía cerca. En cómo no nos dormíamos hasta que caíamos extasiados. También pensé en mí y en lo que deseaba cuando estaba con Coque. Deseaba ver videoclips hasta las tantas con él acariciándome la cabeza. Deseaba que no pudiese dormir a un centímetro de mí, y que me besase la frente y me dijese –buenas noches princesa-, que me tapase con la mantita, y ahora aborrecía todos esos gestos y quería locura y pasión, es verdad que siempre queremos lo que no tenemos. Igual que ellos. Así que, en vez de pensar en un príncipe me dormí, atrapada en la mazmorra de sus fuertes brazos, soñando con la historia de un villano, en la que una princesa era raptada y retenida por un poderoso y malvado caballero armado con mil mentiras y provisto de cien caras. Y la salvaba un príncipe guapo y gentil, a lomos de un caballo blanco, que la trataba como princesa y no como vulgar cortesana, y se la llevaba a sus aposentos donde la cortejaba y la cortejaba pero la aburría y desesperaba. Y entonces la princesa, que casi no podía respirar, miraba por la ventana recordando con recelo su anterior desventura, añorando aquella mazmorra y rezando para que el malvado caballero volviese, volando en su dragón, para raptarla de nuevo y se fundiesen en uno en una noche de pasión.
Parece ser que los príncipes han pasado de moda y que el personaje que triunfa en los tiempos que corren es el antihéroe, lo que no tengo claro es si todavía queremos ser princesas, delicadas flores que se miman y respetan. Y es que si no es posible hacer una del Dr. Frankeinstain y crear nuestro híbrido ideal, desde luego yo prefiero un apasionado antihéroe que un príncipe amante de la jardinería. Parece que en S.XXI, las princesas también tienen el síndrome de Estocolmo.

sábado, 10 de mayo de 2014

7. Hagan juego

Ludópatas, drogadictos, alcohólicos, ninfómanas y otros muchos tipos de adictos se someten cada año a terapias, tratamientos, incluso ingresan en clínicas, con un solo objetivo imprescindible para continuar con sus vidas; desengancharse. Vicios distintos, procesos similares. Hace varios meses ya que empecé mi desintoxicación de Coque, y aún así, su fantasma me ronda cada noche, porque le odio pero le quiero a la vez, por su salvaje dulzura, por sus besos, que queman pero enganchan. Encontrármelo es mi mayor miedo y al mismo tiempo mi mas intenso deseo. A los alcohólicos les dan una chapa por superar periodos sin beber, a mi nadie me ha dado nada, y estoy que me muero de sed. Sed de él.
Tarde de sábado. Tarde de lluvia. Tarde de melancolía. Llame a Jaime pero no me cogió. Me conformé con la compañía de mi otro mejor amigo, con el que hace semanas que tengo una relación estable, su nombre es Cabernet Sauvignon, tiene buen cuerpo, siempre está ahí cuando le necesito pero debo reconocer que no da los mejores consejos, y hoy no iba a ser una excepción. Dos copas y un programa de cocina despues agarré mi móvil y marqué esos nueve dígitos prohibidos mientras las manos me temblaban, los dedos me sudaban y la respiración se aceleraba al mismo ritmo que el corazón. Una llamada entrante de Jaime me salvó del gesto desesperado. No es que no quiera mentirle, que yo lo intento, es que con él nunca cuela. Una vez reconocidas mis intenciones, procedí al chantaje:
-         Está bien, no le llamo, pero con una condición.
-         ¿Cuál?
-         Ven conmigo.
-         ¿A dónde?
-         A un sitio.
-         ¿A qué sitio?
-         A Torrelodones.- dije entre dientes esperándome una negativa.
-         Vale pequeña.
-         ¡Genial!
Me levanté de un salto y cambié el canal de cocina por la Kiss Tv. Lo bueno de que quien te ayude a desintoxicarte sea un amigo y no un profesional es que te deja sustituir un vicio por otro.
Hay vestidos que una va acumulando y nunca puede ponerse porque antes de salir de casa oye la voz de su madre. Esos vestidos alteran el orden público, van contra el código civil y solo tienen una eximente; se llama casino. Me enfundé en un metro cuadrado de seda salvaje amarillo mostaza, con el escote hasta el ombligo y la cartera llena.
Intenté convencer a Vega y Blanca para que viniesen, Vega quería pasar una velada romántica con su novio y Blanca tenía el móvil apagado, había ido a comer con su padre que estaba de visita, así que Vega me dió móvil de éste. Blanca estaba muy disgustada porque llevaban todo el día discutiendo, así que no insistí. Cosas de familia.
Jaime me recogió en su clásico descapotable. Hablar de un hombre como un accesorio es una actitud inmadura y superficial, pero en tal caso Jaime sería un 2.55, clásico e innovador, desenfadado pero de lujo. Atravesamos Madrid a toda velocidad y mi amigo no redujo hasta que mi corazón se aceleró al llegar al luminoso de carros y leones que adorna la fachada de la mayor casa del juego de la capital.
Sonidos tintineantes, luces intermitentes, vestidos destellantes y chinos muy concentrados. Me dirigí entusiasmada hacia la ruleta, no sin antes haber pedido un vodka Martini. Un ruso enorme con camisa estampada de satén y cadena de oro y una barbie malibú apostaban a lo loco la pensión anual de la mas afortunada de nuestras abuelas. Aposté unas fichas al color contrario. No tengo base científica para mi teoría, pero pienso que, si la banca siempre gana, a la banca le interesará la casilla contraria a la de sr. Y sra. Ruski.  Con mi estúpida teoría me saqué sesenta euros y me fui orgullosa a jugarlos a la sala de poker, mientras los ruski pedían mas Don Perignon, ajenos a los designios de la ruleta.
Estaba en uno de mis lugares favoritos de Madrid, con una de mis personas favoritas del mundo y aun asi no era capaz de disfrutar. Coque seguía en mi cabeza día y noche, recordándome que tal vez había cometido un error. Recordándome una verdad indiscutible, que por mucho que supiese que tenía que haber alguien mejor para mí, si de algo tenía certeza absoluta es de que nunca sentiría por nadie lo que sentía por él. Esos cosquilleos, esa ilusión, esas paradas respiratorias, esa necesidad, y esa incomparable satisfacción con sólo verle. Coque había sido esa pareja de ases que te obliga al All in.
Seguí inmersa en mis pensamientos mientras el crupier se llevaba, mano tras mano, las ciegas de cada una de mis partidas. Así es el poker, por esas dos cartas iniciales pagas, sin tener ni idea de lo que viene luego, exactamente igual que en el amor, los grandes jugadores pueden, a partir de ellas, sacar un porcentaje de posibilidades de éxito. Pueden también, observando a sus oponentes, reaccionar en base a lo que ellos manifiestan, porque conocen sus hábitos y sus faroles. Yo no era una gran profesional así que decidí guiarme por el corazón. Y empecé a ganar, es una sensación  maravillosa. Hay algo en mi cerebro que hace que las manos ganadas pesen mucho mas que las perdidas, así en poco tiempo me quedé a cero y sin embargo, con sensación de vencedora, ya no me guiaba por el corazón, ahora me guiaba por el hígado, había perdido la cuenta del dinero y de las copas, y el cajero servired a dos metros de mí se convirtió en mi cómplice.
 Jaime se había quedado enganchado al black jack mientras un japonés de buen ver le pagaba las bebidas y Coque no me dejaba ver las cartas. Solo podía pensar en él. Solo quería levantarme de esa mesa y acabar la llamada que había empezado esa tarde, pero justo antes de que lo hiciera me llegaron dos ases. Esa es la mano que hace que quieras apostarlo todo, sin perjuicio de lo que salga despues. Aposté solo la mitad, cruzando los dedos para que alguien me siguiese, un rapero con auriculares y gorra me igualó dudoso, llegamos al river, y yo poker de ases, y Eminem parecía seguro, ¿tendría escalera? ¿color? Era arriesgado, pero un poker de ases es como que se plante Ashton Kutcher en la puerta de tu casa, ¿puede haber algo mejor? Sí, pero no creo que me lo encuentre en la vida… Me lancé con cien euros mas, frotándome las manos. Eminem hizo all in. Podía tener escalera de color. Me retiré. Eminem sonrió, me miró, y enseñó sus cartas divertido. Pareja de cincos.  
Una vez mas, me había dejado llevar entusiasmada por esas dos cartas que son la primera impresión, igual que con Coque, una vez había hecho mi gran apuesta a ciegas. Una vez mas me habían colado un farol por toda la escuadra porque me había dejado llevar por el corazón. Una vez mas, había perdido. Jaime me rescató antes de que perdiese lo poco que me quedaba.
De camino a casa no podía evitar envidiar a mi amigo.
-         Jaime, ¿Cómo lo haces?
-         ¿El qué?
-         ¿Cómo consigues hacer borrón y cuenta nueva? ¿Olvidarte de alguien? ¿Cómo haces para no perder?
-         Laura, quien juega siempre pierde. Tambien gana. Pero siempre acaba perdiendo. ¿Sabes quien gana siempre?
-         ¿Quién? ¿Coque? Dije con una risa que pretendía compadecerse de mí misma.
-         No. La banca. La banca siempre gana porque saca algo de cada partida. Así es como tienes que vivir. No intentes ganar la partida, intenta llevarte algo de ella.
-         ¿Algo? Yo quiero llevármelo todo.
-         Y así es como piensa el perdedor. Porque la avaricia rompe el saco, y en el juego, como en el amor, siempre pierde el que quiere mas.
-         Que sabio eres.
-         Que tonta eres.
-         Jo. Que mierda todo.
-         No digas eso. La noche aún no ha acabado. Bájate.
Jorge no me llevó a casa, sino al Honky Tonk. Es un bar de Madrid que abre siempre hasta las cinco y que pone lo mejor del rock. Nos pegamos a la barra y el tequila empezó a hacer sus efectos. Pedirle al dj de un sitio así que ponga algo de Bisbal no tiene precio. Te miran como si fueses a un vegetariano a pedir carne de perro.
A partir de entonces lo tengo todo nublado. Al día siguiente me desperté con esa agria incógnita de "¿Qué coño hice ayer?" que te hace replantearte tu dignidad. Por lo menos hoy en día todos tenemos un amigo íntimo que te ayuda a reconstruir la noche. El mío se llama I-phone y lo trato peor de lo que merece.
Dios mío. Tenía una conversación de whatsapp. A las cuatro de la mañana. La leí una y otra vez totalmente incrédula y paralizada. Recordaba un hombre alto que besaba bien. Recordaba que me gustaba. Recordaba euforia. No sabía quien era y no quería creer lo que me decían las i-pruebas.
Whatsapp(4:40 am):
Diego: Tenías que haberme dejado llevarte a casa…
Laura: no entrndo? Porek me ivbas a llevar a casa¿ estbve cnoutgo-¿
Diego: Ya no te acuerdas de mí?
Laura: Blaca? No  no entnerndo.
Diego: blaca? Soy Diego. No te acuerdas de mis besos?
Laura: queeE?¿E nomentiendo q besos?
Diego: Hoy… en Honky Tonk…
Tenía el número grabado pero mis ojos no querían creerlo. Decía “Blanca padre móvil”. ¿El chico alto de besos dulces era el padre de Blanca? Dios mío, ¿Qué había hecho? Llame a Jaime. Me dijo que cuando me quiso llevar a casa le dije que no me iba sin mi jackpot, y que me fui como una loca a bailar encima de una tarima. No sabía mas. Normalmente estaría metiendo la cabeza debajo de la almohada avergonzada por haberme liado con un hombre que podría ser mi padre. Hoy quería meter la cabeza debajo del suelo como un avestruz. ¿Se lo decía a Blanca? ¿Fingía mi muerte y me mudaba a otro continente? ¿Tendría esta locura algo que ver con la discusión entre Blanca y su padre? Tenía que hablar con él.
Laura: Hola. Perdona. Ayer no iba muy lúcida…
Diego: Ya.. Insistí en llevarte a casa pero no me dejaste.
Laura: podrías refrescarme la memoria…
Diego: pues yo estaba bailando en la tarima y te subiste, te acercaste, me cogiste la copa, te la bebiste de un trago y me diste un beso…
Laura: y tu que hiciste?
Diego: Devolvértelo…
Laura: No pasó nada mas?
Diego: no… todavía no… bueno, en la tarima insistías mucho en que me quitase la camisa, que me daba calor jajaja pero no pasó de ahí.
Laura: Lo siento, ayer no era dueña de mis actos. Por favor, hagamos como que no ha pasado nada, si se entera Blanca o tu mujer me muero…
Diego: ¿Qué Blanca? ¿Qué mujer?
Laura: tu hija… y la madre de tu hija…
Diego: Te estás confundiendo. Yo no tengo ninguna mujer ni ninguna hija.
Laura: ¿Cómo que no? Si me pasó ayer este número Vega.
Diego: No se quien es Vega… Y mi número te lo dí yo.
Dí un salto de alegría. Menos mal. Gracias a dios. En mi embriaguez había seleccionado añadir a contacto existente en lugar de nuevo contacto y lo añadí al último número que había usado, el padre de Blanca.
Laura: dios mio. Pensarás que estoy loca. Me confundí al grabarte y pensaba que eras el padre de una amiga… no daba crédito…
Diego: jajaja, pero de tan poco te acuerdas? Tengo 26 años no creo que pueda tener hijas de tu edad…
Laura: es que además de foto de perfil tienes el escudo del real Madrid, todo coincidía.
Diego: jajajajaj. A ver, que te refresco la memoria.
Me mandó una foto y los recuerdos empezaban a volverse mas claros. Era alto y con cara de chico dulce.  Empezamos a hablar. Parecía agradable. Era mono. Era cómo una pareja de dieces, de entrada no creía que fuese a ser una mano vencedora, no me cortaba la respiración, pero era apetecible jugar la partida. No sentía ganas de hacer un all in. No esta vez. No era momento de intentar adivinar las cartas que lleva el otro. No tenía ganas de leer entre faroles. No pensaba hacer grandes apuestas a ciegas. Ahora quería ser la banca. Jugar cada partida como jugador y espectador al mismo tiempo, llevarme algo de cada mano. Quedamos para el miércoles. Quería ver el resto de las cartas. Hagan juego señores.




domingo, 13 de abril de 2014

6. Los príncipes son los padres.



Cuando te haces mayor parece que vas perdiendo la ilusión. El Ratón Pérez, los Reyes Magos, Papá Noel, poco a poco vas descubriendo que ninguno existe. Que el Ratón Mickey es un señor disfrazado que cobra poco y bebe mucho. Y Cupido un cabrón con menos puntería que Froilán. Pensar qué te vas a poner el viernes ya no es un ritual que compartir con tus amigas a través de contrabando de notitas, y un mensaje del chico que te gusta ya no hace la misma ilusión ahora que son gratis. Pero nada se pierde, todo se transforma. Y la ilusión ahora la usamos de otra manera. Para mí y mis amigas la mayor ilusión tomaba forma una vez cada dos meses y venía en un paquete tan completo como compacto, vía aérea y subida a unos tacones de vértigo.
Geraldine recordaba a Eva Longoria en Mujeres desesperadas. Es uno de esos ejemplares exóticos tan atractivos como peligrosos. Dicen que los mejores perfumes vienen en frascos pequeños. Y los peores venenos también. Pues bien, Geraldine era ambos. Ella y yo habíamos sido inocentes enemigas de niñas e inseparables amigas de adolescentes. Ahora mi amiga se había convertido en una ilusión que se materializaba cada ocho semanas para ponernos los dientes largos. En menos de cuatro años se había convertido en subdirectora de la empresa de eventos mas cotizada de Italia, y no lo disimulaba. Me exterminaba con su mirada de reproche pícara cada vez que me saltaba alguna regla básica del protocolo. Unas cien al día. Vestía como una muñequita y no había un bolso de culto y precio desorbitado que no luciese en varios colores. Era una inconformista capitalista con alma de princesa de cuento. Un cóctel apasionante.
Tres maletas de Louis Vuitton, una encima de otra, parecían andar solas por la T4. Detrás, Geraldine empujaba con afán. Despues de achucharla como si fuera el cachorrito de scottex, a pesar de su reticencia y cuando ya la hube despeinado a gusto, diseñó el plan del día. Estaba mas contenta que de costumbre. Quería ir de compras, a pesar de haberse traído mas modelitos para un fin de semana que el propio Mortadelo. Una vez en el taxi, el conductor escuchaba  pasmado y miraba por el retrovisor a Geraldine que hablaba de los labios de Donatella y los chistes malos de Berlusconni. Se reía de las caídas en la pasarela de Milán y me contaba lo difícil que era resistirse a la gastronomía italiana, el pesto y el mascarpone los tenía prohibidos, igual que Fabio y Andrea, dos de los modelos con los que trabajaba a diario y que se insinuaban peligrosamente. Geraldine era una mujer casi casada. Tenía un novio de años, un chico de buena familia y educación exquisita, no era ni muy guapo ni muy divertido pero si que era correcto y educado. Era el marido que cada madre quiere para su hija. Un tipo clásico y respetado que emprendía una exitosa carrera profesional en el mundo de la hostelería, extendiendo ahora su imperio en Hong Kong. Geraldine vivía una historia de amor globalizado; citas de skype  y sexting en el trabajo.
Una vez hubimos dejado las maletas en casa nos recorrimos la milla de oro con sendas bebidas de Starbucks en la mano. El colmo del postureo. Geraldine sentía que si no le hacía foto al vasito y la instagrameaba, esa bebida no tenía sentido. Yo sentía que si no le echaba un buen chorro de Baileys dentro, esa bebida era un artificio inútil.
Entramos en Hermès. Mi amiga quería unos pantalones sencillos con un corte elegante. Un básico de novecientos euros que mas vale que se lave, se planche solo y vaya a trabajar por ti. Los dependientes de la tienda nos acosaban mas que un chino de la tienda de regalos-alimentacion-todoauneulo. Me gustaba mirarlos desafiante mientras bebía mi bebida pija con mi nombre escrito y todo (había añadido el apellido Koplovich, para infundirles la duda), diciéndoles con la mirada - ¿A que no hay huevos a decirme que no me puedo beber esto aquí?- En estas tiendas están entrenados para auyentar mindundis tratando con condescendencia a todo el que no aparente cuenta corriente rebosante. Por otra parte, a cualquiera que parezca ser pudiente se le permite beber café o tomarse el gin-tonic de las once de la mañana, pasear al perro por la tienda y probar lo mono que queda dentro del Birkin. Sola no me atrevería a mirar directamente a los ojos ni al maniquí, pero con Geraldine sentía que nadie podía toserme.
Mi amiga pidió el modelo del escaparate en la talla 34 y salió con gracia del probador mientras los dependientes se deshacían en piropos.
- ¿qué tal?- dijo mirándome con duda.
- Yo los veo un poco sosos, pero te quedan genial, estás delgadísima. ¿La 34? Lo has conseguido.
- Vivo a base de lechuga y cocacola light, pero por fín entro en la 34. Soy feliz.
Le pedí al dependiente dos copas de champán con una sonrisa  altiva e inquisitiva, como si lo hubiese hecho mil veces mientras compraba calcetines. Geraldine y yo brindamos, yo lo ingerí a modo chupito y ella apoyó la copa sin darle ni un sorbo.
-         Gerald, ¿No bebes?
-         No puedo, tengo que mantenerme en la 34 hasta que me muera para seguir llevando estos pantalones.
-         ¿No es mejor comprar pantalones que se adapten a tu cuerpo en vez de tener que adaptar tu cuerpo a los pantalones?
-         No. - Dijo sonriendo. Estos son perfectos.
-         Yo tampoco los veo tan bonitos. Sin mas. Algo sosos.- dije.
-         Es un modelo clásico, no pasa de moda, discreto, elegante, exquisito y duradero. Y lo mejor de todo, son talla de modelo-  Dijo un dependiente mas femenino que yo, desafiándome. Bebí de un trago la copa que había dejado intacta mi amiga y se la extendí a Mr. Exquisito con cara de “Se ha quedao vacía” mientras le soltaba un despiadado “Por favor”. – Geraldine me pegó un pisotón y lanzó una mirada de reproche mientras el dependiente se reía entre dientes y pensaba “chincha revincha” como un niño cuando su madre regaña a su hermano.
Cuando salimos de la tienda Geraldine cargaba tres bolsas de mas y tres copas de menos. Yo iba a la inversa. Las dos sonreíamos.
Vega y Blanca nos esperaban en la terraza de Embassy, Geraldine quería invitarnos a comer, ¿y quienes éramos para negarnos? Bebimos vino blanco y comimos de cine mientras contábamos con todo lujo de detalles nuestras últimas aventuras en un tono de voz suficientemente alto como para que las oyese la señora colmada de perlas y con pinta de viuda acaudalada que dejaba comer a su perrito blanco, cursi y peludo de su pastel de cabracho. Geraldine, avergonzada, me daba un pisotón a cada comentario inapropiado, y la Señora Perlas se giraba escandalizada mientras se planteaba taparle las orejas a su perrito con lazo. Un café y tres martinis despues nuestra pequeña y abochornada amiga pagó una cuenta de la que apenas había probado bocado.
La vida es bella cuando los días se conforman de paseos, Starbucks, comidas de lujo y tiendas en las que poner nerviosos a los dependientes. Pero llegaba la tarde y tenía que ir al gimnasio, Geraldine había hecho su deporte diario a las seis de la mañana, pero yo soy una persona de principios estrictos, y uno de ellos es que la única excusa para estar despierta a esas horas es no haberme acostado. Eso, o un polvo reconciliador del sueño. Una debe ser fiel a sus principios. Por otra parte, pensé que había cargado yo casi sola con las maletas de Gerald. Eran pesadas. Eso tenía que contar. Y tenía una invitada. Sería de mala educación dejarla. Además ya me había tomado el día libre en el trabajo, ir a entrenar entonces sería incoherente. Coherencia, educación y principios por encima de todo. El gimnasio no se iba a mover de su sitio.
Blanca, Vega y yo queríamos quedarnos un rato mas, los martinis tenían un precio de lo mas razonable y decir burradas para ver como reaccionaban en cadena Geraldine y Madame Perlas era cada vez mas divertido. Al perro del lacito se le empezaba a poner cara de perversión. Pero la prota del finde no quería, y consiguió que moviésemos el culo prometiéndonos ir a otro sitio muy chulo del que le habían hablado y que estaba al final de Serrano. Cuando llegamos, Blanca, Vega y yo nos miramos encendidas. Alta traición. Nos había llevado engañadas a Misa de seis, ¡Y un viernes, que ni siquiera te la convalidan con la del domingo! Cedimos. A veces íbamos a Misa, pero los domingos y en hora punta, cuando los bancos de atrás parecen un catálogo de Abercrombie, y en las primeras filas se ponen las parejitas de uniforme, chicos bien con sus Belstaff, chicas bien con sus Hunter. Nosotras atrás de todo juzgábamos a todas esas chicas tan finas, tan discretas, tan prometidas . Hoy no podíamos. Para empezar porque solo había señoras, probablemente primas de la de las perlas y el perro del lazo. Pero sobre todo, porque Geraldine se había convertido en una de ellas. Empecé a recordar a la Geraldine que se había tirado desnuda a la piscina en una fiesta universitaria, a la que fumaba marihuana y decía que unos hilitos en la cara le tiraban para arriba de la sonrisa, a la que secuestró el perro del vecino, a la que echaron de un piso de estudiantes por “golfa”, a la que le daba igual que sus pantalones de la 36 se le quedasen pequeños mientras existiesen los leggins y la cerveza con tapa gratis, la que se metía detrás de la barra en el bar a ponerse copas y besaba por el camino al camarero para que no se pusiese tonto, a la que llamaba al chino para pedir comida sin tener hambre solo porque así también le pedía que trajese tabaco. Ahora desfilaba por la iglesia esperando a recibir la comunión un viernes. Vega, Blanca y yo nos miramos. Normalmente cuando veíamos a la gente en esa cola decíamos, ¿oye, de todos esos, tú crees que ninguno folla? Hoy en esa cola solo estaba nuestra amiga y unas viudas que la devoraban con la mirada pensando, una muchacha así es lo que necesita mi nieto Borja Mari, que está muy descentrao. Nos dieron la bendición y salimos manteniendo una conversación silenciosa de la que Gerald no era partícipe.
- ¿Echamos un billar en Bo Finn hasta la hora de cenar?- pregunté.
- Vale. Pero tenemos que ir a cambiarnos para cenar.- dijo Geraldine.
- ¿Cambiarnos? Si he reservado en La Doma Argentina en tu honor. Yo que tú no iría de Hermés, es parrillada y manteles de papel.
- ¿Por qué no vamos a un sitio un poco mas cosmopolita? Para un finde que vengo…
- ¿Gerald? ¿Estás enferma? Parrillada, alfajores, empanadas argentinas y dulce de leche, ¿Qué te han hecho en Milán?
- Nada Lau, que últimamente ya no me gusta eso. Vamos a Ten con Ten.
Mi fantasía de jugar al billar con un gin tonic en la mano a las siete de la tarde se desvaneció y nos fuimos a casa para dedicar dos horas a chapa y pintura. Me desilusionó que mi iniciativa no hubiese tenido acogida. La familia de Geraldine era una fusión italo-argentina, en la que no sabías que primo tenía un acento mas sexy ni que abuela cocinaba mejor. Eran conocidos por su hospitalidad y el gusto por el buen comer. Empresarios de éxito y campechanos con sentido del humor. Su padre nos daba lecciones sobre chicos cuando éramos adolescentes, nos explicaba que era como comprarse unos pantalones, tenías que probar muchos antes de encontrar el bueno, y a veces que un pantalón no te quede bien, no es culpa tuya, sino del pantalón, que está mal hecho. Ahora Gerald había elegido un pantalón clásico, aburrido y demasiado caro, un pantalón que no era de su talla y por el que se pasaba la vida con hambre, y aun peor, sobria.
Llegamos al restaurante a las nueve y media. Geraldine con sus pantalones de Hermès y yo con mi escote de golfa. Blanca y Vega nos esperaban en la barra dándole sorbitos a sus carísimos martinis. Ten con Ten era uno de esos restaurantes donde se apilan en la puerta los deportivos de lujo y es difícil saber si tienes delante a una chica de veintiséis años que se ha pasado tomando el sol o a una señora de sesenta que se ha pasado con la cirugía. Chicas con apariencia de modelos que mareaban de un lado a otro las hojas de lechuga de sus ensaladas de veinticinco euros sin IVA y señores divorciados de sesenta y cinco que las miraban orgullosos. Me pregunto si serán conscientes de la relación inversamente proporcional entre el tamaño de sus carteras y el del cerebro de sus consortes.
-         Que envidia.- dije- Cuando tenga sesenta y cinco quiero una cuenta corriente generosa y un novio hueco que sea bonito de ver.
-         Cuando tengas sesenta y cinco llevarás quince bajo tierra.- Dijo Vega seria preparándose para el contraataque.
-         ¿Ah, sí? ¿Me vas a matar tú?
-         No. Lo hará el alcohol. Pero no tengo ningún problema en echarle una mano.- Respondió con su ya frecuente expresión sádica.
-         Qué triste.- dijo Gerald.
-         ¿El qué?- respondimos al unísono Vega y yo buscando algún trabajo de botox mal hecho a nuestro alrededor.
-         Tú.- dijo mirándome.
-         ¿Por?- pregunté sorprendida.
-         Porque con esa mentalidad nunca vas a encontrar a nadie.
-         La semana pasada encontré a dos diferentes.- dije divertida, intentando quitarle hierro al asunto.
-         ¿A dos diferentes que solo quieren un polvo contigo y no volver a verte?
-         ¿Tú que sabes si quieren volver a verme o no?- dije, ya algo ofendida.
-         Es hora de que entiendas que nadie va a comprar la vaca si le dan la leche gratis.
-         Y es hora de que tú entiendas que a lo mejor yo no quiero comprar el cerdo entero si lo único que me apetece es una salchicha de vez en cuando.
Geraldine dobló su servilleta en forma de pico y se limpió finamente las comisuras de los labios, sacó su espejito del bolso y se retocó los labios. Sin dejar de mirarse, dijo que estaba cansada, se levantó y se fue.
Normalmente hubiéramos intentado pararla, pero lo cierto es que nosotras también estábamos cansadas. Cansadas de reprimendas. Cansadas de esos pantalones de Hermès que se habían tragado a nuestra amiga y ya no la encontrábamos por ningún sitio. Ya no tenía mucho sentido que nos dejásemos una pasta en cenar si la única razón de ir a un sitio caro era porque Geraldine quería, así que a pesar de la insistencia de Vega que quería repetir simpa, abonamos las bebidas y nos fuimos. Caminamos hasta la terraza de Morao en Velázquez, donde cenamos perritos calientes y bebimos gin-tonics por menos de veinte euros por barba.
A la una y media cada una desfilaba hacia su casa, todas con un pensamiento compartido, ¿qué leches le ha pasado a Geraldine? Hay mujeres que critican a sus amigas en cuanto se prometen, se casan o tienen hijos, pero nosotras eso solo lo hacíamos con desconocidas, y enemigas, claro. Estábamos felices de lo bien que le iba en Milán y de que se fuese a casar. Sebastián, su prometido aunque era soso y algo feo, la hacía feliz, pero, ¿Por qué había cambiado tanto? ¿O era que nosotras teníamos que evolucionar y no lo estábamos haciendo? ¿Teníamos el síndrome de Peter Pan? ¿Había llegado la hora de abrocharnos un botón mas y empezar a madrugar los domingos?
 Llegué a casa pensando que Geraldine estaría ya durmiendo, tuve cuidado de no hacer ruido, pero allí no había nadie. Qué raro. Hacía ya mas de cuatro horas que nos había dejado plantadas y sus cosas aún estaban ocupando la mitad de mi salón. Me puse unos leggins y una camiseta, cogí el alijo de emergencia que guardaba para ocasiones de estrés y salí a la calle, no quería que Geraldine oliese marihuana al llegar a casa y me echase otra reprimenda. Me senté en un banquito de madera en la acera de en frente y empecé a fumar mirando al cielo, recordando cuando Gerald y yo fumábamos a escondidas en el balcón de la casa de sus padres. Oí llegar el camión de la basura. Eran ya casi las dos de un sábado noche y yo me iba a la cama. Iba a ser que si que estaba madurando. El camión se paró delante de mí. Se abrió la puerta del copiloto y bajó un perro. Era un perro gordo, peludo, gracioso y torpe. Iba arrastrando una correa de salchichas. Entonces se abrió un poco mas la puerta y alguien sacó la cabeza gritando, -¡Remember! Geraldine bajó con dificultad y se acercó con una sonrisa de oreja a oreja, los ojos mas brillantes que el día de su primera comunión y el aliento mas alcoholizado que el día de la boda de su hermana.
-         ¿Qué haces? – pregunté atónita, dudando todavía de si mi amiga se había vuelto loca o yo estaba sufriendo alucinaciones por fumar lo que no debía.
-         Dame ese porro.- dijo mientras me lo arrancaba de la mano.- He robado un porro. Digo un perro. Bueno un perro y ahora un porro.- balbuceó mientras intentaba mantenerse en equilibrio.
-         ¿Otra vez? ¿De donde vienes? ¿Estás bien?
-         Estoy de puta madre. ¿Sabes lo que no está bien? Estos putos pantalones. El marica ese es un puto mentiroso.
-         Gerald, ¿te paga alguien cada vez que dices puto?
-         “Es un modelo clásico, no pasa de moda, discreto, elegante, exquisito y duradero, y lo mejor de todo es que es talla de modelo”- dijo Gerald exagerando la pluma del dependiente.- Una mierda. Clásico sí, mucho, no pasa de moda, es discreto y elegante, y exquisito también, y talla modelo, sí, sí, pero, ¿duradero? ¡Una mierda duradero! -
-         Gerald, no entiendo nada.
-         ¡No es duradero! Porque en cuanto viene otra con talla modelo te deja tirada. Te deja tirada por Whatsapp. Como todos los pantalones, que son unos cobardes y no saben decir las cosas a la cara. O por Skype ¡Nos vendría bien tomarnos un tiempo! ¿Un tiempo? Tengo veintiséis años, ¡tiempo es justo lo que no tengo!
-         Geraldine, aún eres muy joven, no te preocupes, ya encontrarás otros pantalones.- La abracé con todas mis fuerzas preguntándome cuando habría ocurrido todo el drama y por qué no me lo había contado.
-         Lau, tú no lo entiendes. Es que en realidad no estoy hablando de pantalones. Estoy hablando de mi prometido. Mi ex prometido.- rectificó mientras se echaba a llorar.
No era momento de profundizar, ni de averiguar de dónde había sacado el perro, ni de dónde o con quien se había emborrachado de esa manera, ni de cómo había acabado en el camión de la basura con sus pantalones beig de Hermès, que ahora lucían algo similar a un estampado militar. Geraldine solo accedió a entrar en casa si el perro venía con nosotras. Ambos se tumbaron en el sofá mientras ella me contaba de una forma no siempre inteligible como Sebastián le había pedido un tiempo por whatsapp hacía dos días y como ya tenía fotos en facebook con su  nuevo ligue. No nos había dicho nada porque no creyó que fuera en serio hasta que vio las fotos y no quería que nos metiésemos.
Como cualquier domingo por la mañana el sol entró por la ventana con toda la mala intención del mundo, a dar donde duele, en el núcleo de la resaca, pero esta vez no era la mía, era la de Geraldine. Bajé las persianas y me fui a pegar carteles de “perro encontrado”, nuestro nuevo amigo me acompañaba muy animado. A la vuelta me encontré con una Geraldine avergonzada que vestía unos leggins vaqueros y una camiseta XXL.
-         Hace un día perfecto para una parrillada argentina.- Me dijo sonriendo.
Comimos con las manos, hablamos mientras masticábamos, bebimos vino peleón y nos chupamos los dedos literalmente.
Ese domingo Geraldine se puso definitivamente su careta de felicidad y salió del hermetismo en el que había estado sumida para afrontar la realidad. Para afrontar que los hombres como los pantalones, deben ser de tu talla y no al revés, está muy bien luchar por una buena figura, defender una buena educación, tener fuerza de voluntad y saber estar, pero debes hacerlo por ti, porque quieres, no porque necesitas entrar en unos pantalones que además de costar mucho mas de lo que valen, nunca fueron diseñados para ti.
-         Lau, lo siento. He estado insoportable.
-         Es normal que estuvieses así, ha sido una putada…

-         ¿Una putada? ¿Por qué? Vale, he perdido a mi príncipe, pero ¿y qué? ¿para que sirve un príncipe de todas formas?- susurró mientras se lamía el dulce de leche de entre los dedos.- ¡Si puedo tener todas las salchichas que quiera sin comprar el cerdo!- dijo riendo y señalando a la parrilla. Además, ¿quieres saber un secreto? Los príncipes azules, son los padres. Ea, ahora ya lo sabes.

sábado, 12 de abril de 2014

5. Simpa

(Continuación de "tupper sex")

Cuando era pequeña me encantaba quedarme a dormir en casa de mis amigas. Ahora que ya no somos tan pequeñas lo único peor que despertarte con resaca es hacerlo en casa ajena. Y así nos despertamos el sábado post-tupper sex. Sin desmaquillar, con el cuello en una postura imposible y las copas y el cenicero a un metro de mi nariz, Manolita a mis pies y una Blanca desconsolada a cinco centímetros.
¿Por qué sufrimos por amor? ¿Por qué no podemos dibujarnos una sonrisa y alegrarnos de lo bien que estamos? ¿Qué necesitamos? Unas necesitan un sustituto inmediatamente. Otras chocolate. Otras se centran en el trabajo. Otras prefieren en el alcohol y todas las estupideces que este pueda ayudarles a hacer. Las más positivas aprovechan para querer más a lo amigos. Luego están las que queremos venganza, las que hemos sufrido los daños colaterales;  las amigas de la damnificada. Nada podía sentar mejor por la mañana a Vega que dibujar un plan que vagase en ese limbo entre el bien y el mal. Geraldine tenía que coger el vuelo y no iba a poder participar, pero las tres restantes nos pusimos manos a la obra.
Lo más inmediato en estos casos es la rabia, y la rabia de dice; chívate. Podíamos cargarnos su boda. Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío. ¿Por qué no esperar? Vega proponía presentar un PowerPoint en el banquete de la boda, “american style”.
Pero Blanca, Blanca sería incapaz de humillar así a una chica que, al fin y al cabo, no solo era también una víctima del mismo cabrón, sino que además lo tenía mucho peor. Si lo piensas, en realidad le haríamos un favor abriéndole los ojos. Pero ese no era nuestro problema, ni siquiera la conocíamos. A quien si conocíamos era a él, lo suficiente para que Vega tuviese una gran idea. Pedro acababa de abrir un restaurante, y ya pensábamos hablar todo lo mal que pudiese del local en yelp, eltenedor y todo lo twitteable, pero esta ocasión era perfecta para hacer algo más. Siempre habíamos querido hacer un simpa por todo lo alto. Y por primera vez ningún remordimiento prematuro iba a evitarlo.
Nos tiramos toda la mañana diseñando el plan. Hicimos la reserva a nombre de Mónica y desde una cabina, algo casi imposible de encontrar hoy en día. Los sábados Pedro no trabajaba, así que no había riesgo de que nos reconociese. Fuimos dando un paseo hasta la Castellana donde estaba Bocca, que así se llamaba, era uno de esos sitios que no está mal pero que tiene unos precios por encima de su calidad pero a la altura de su postureo. Queríamos conocer bien el objetivo para preparar la fuga. Había aparcacoches y todo el frontal era acristalado. Lo veía difícil.
Quedamos a las 21:30. Llovía. Nos pusimos de punta en blanco, surtidas de marcas hasta las orejas. Nadie desconfía de una pija malcriada. Subí al trastero y me hice con un móvil viejo y dos chaquetas que tenía separadas para donar a la iglesia. Iban a sernos útiles.
Durante más de media hora nos quedamos en el medio del Paseo de la Castellana. Mirándonos. Mirando al aparca. Ninguna de las tres se atrevía. Pero yo entré porque me obligaron ellas, y ellas porque les obligué yo.
Blanca y yo estábamos muertas de miedo. Yo lo disimulaba con normalidad, Blanca con una sonrisa exagerada.  Ambas sabíamos que Vega iba a bordarlo. Vega es una abogada inteligente, con confianza en sí misma, espabilada y muy atractiva. Además tiene un hobby algo extravagante; le gusta hacer bromas, pero bromas duras. Bromas elaboradas y en ocasiones con consecuencias judiciales. No importaba lo culpable que fuese, el veredicto siempre acababa a su favor. Por su experiencia en todo tipo de triquiñuelas y porque yo la había entrenado en el arte de llevarse “souvenirs” de los restaurantes, todas sabíamos que ella bordaría la situación. Por eso, la dejamos hablar.
-         Hola. Tenemos una reserva para tres a nombre de Mónica.
-         Sí, por favor, acompáñenme. – contestó la encargada sonriente.
-         Si, esto, ¿puede ser cerca de la puerta mejor? Es que nos gusta salir a fumar.
-         No es necesario que salgan a la calle, tenemos un jardín interior.
-         Si, pero es que fumamos mucho. Mejor cerca de la puerta.- dijo Vega dándose cuenta de cómo había metido la pata.
-         Verás- interrumpí- es que acaba de ver a un chico en el jardín interior con el que prefería no encontrarse…ya sabes…
La chica puso una sonrisa comprensiva y nos condujo a la mesa mientras las tres nos preguntábamos si se nos habría visto el plumero. La abogada estaba de enhorabuena.
Blanca estaba de los nervios, era lo más grave que había hecho desde que se escapó de una visita cultural en el viaje de fin de curso para tomar chupitos con Erasmus. Por otra parte, mientras Vega y yo discutíamos la metedura de pata inicial, Blanca no decía ni pío. No podía dejar de pensar en Pedro, el sitio entero le recordaba a él.
-¿No me estaré pasando?
- Aún no has hecho nada. Si no estás segura no tenemos que irnos sin pagar- dije sin moderar el tono de mi voz.
-¿Puedo tomarles nota de la bebida?- dijo un chico joven con un i-pad en la mano.
Vale. Ya era oficialmente imbécil ¿me habría oído el camarero?
Pedimos un delicioso vino australiano y poco a poco a Blanca le volvió el color a la cara y Vega y yo empezamos a dejar de meter la pata. Blanca retomó.
-¿No me estaré pasando?
-Blanca, si no estás segura, pagamos- repetí.
Cuando llegaron los postres ya habíamos salido a fumar un par de veces y Vega y yo estábamos entusiasmadas y pensando que era pan comido. Blanca sin embargo solo hablaba de Pedro y del “y si”; “¿Y si la deja?” “¿Y si por mí cambia?” “¿Y si nos pillan y se entera y me cargo cualquier oportunidad de futuro con él?”.
-Esto es una locura. Yo paso. Vamos a pagar- nos dijo seriamente.
-Está bien- dije yo mientras Vega me asesinaba con la mirada.
Les ofrecí una sonrisa irónica a ambas que cada una interpretó como quiso.
Se acercó de nuevo el camarero, le pedimos unas copas y una foto de recuerdo. Decidí salir a fumar otra vez y me acompañaron ambas. Vega abrió su pitillera y sacó un porro de marihuana muy bien disfrazado de pitillo con un olor que le delataría a cien metros. Nos venía bien para afrontar la cuenta que se nos venía encima. Vega le dio dos fuertes caladas y me lo pasó.
-          Vámonos- dijo Vega muy seria- ¡ahora!
-         Ni de coña –dijo Blanca con la cara encendida- dame eso.
Nunca había visto fumar a Blanca, ni siquiera un pitillo. Empezó a toser pero eso no le frenó. Siguió fumando.
-         Vamos a pagar, que además Blanca tiene la chaqueta dentro- les dije mientras esta echaba una cascada de humo entre una tos ya más controlada.
-         ¡Yo a ese hijo puta no le pago una peseta! ¡Qué le den a la chaqueta!- Antes de acabar la frase Blanca corría como una loca hacia el taxi.
Vega y yo miramos hacia dentro, nadie nos miraba, nos echamos a correr y nos metimos en el taxi como si acabásemos de atracar un banco. Y el coche parado. Y el semáforo que no se ponía ver. Y las tres agachadas con el ataque de risa más largo que he presenciado en mi vida. El taxista no daba crédito.
-         ¿Qué ha pasado?
-         Perdone- dije después de unos segundos- es que unos chicos estaban siendo muy pesados en el bar así que les dijimos que íbamos al baño para escaparnos.
Vega se dedicó el resto del trayecto a vacilar al taxista. Él, no solo no se ofendía, si no que le seguía el rollo, eso sí, puso el seguro en las puertas, confianzas, las justas.
Fuimos a Nassau a abusar del Vodka Martini y a celebrar nuestro inicio en la delincuencia (el de Blanca y mío, Vega ya estaba curtida en mil batallas), pero sobre todo, fuimos a festejar la venganza de Blanca. Había sido suficiente para recuperar un puntito de orgullo sin llegar a ser una loca destrozavidas. Había sido suficiente para disfrutar de la adrenalina sin llegar a la cárcel. Había sido suficiente para olvidar a Pedro por unas horas, pero no lo suficiente para superarlo, ni quererle menos, ni dejar de desearle.
¿Por qué nos vengamos entonces? Si sabemos que la venganza no trae la paz. Si sabemos que, al día siguiente le echarás de menos un día más. En el caso de Blanca nadie se vengó de nadie, sencillamente fuimos a celebrar que nuestra amiga decidió superar su adicción a un cabrón y nos pareció apropiado que el cabrón invitase.
Al día siguiente Blanca se presentó en mi casa a las once, con su llanto de resaca.
-         No ha valido para nada. El resultado es lo que cuenta. Y yo sigo igual de mal- dijo mientras se sentaba en el sofá con medio de litro de helado entre las manos. Cogí el Bailys del mueble bar y vacié un tercio de botella en la tarrina.

El caso es que a veces no es el resultado el que cuenta, porque la vida es el camino y no el destino, y si esa noche no le olvidó, lo hizo meses después. Lo que nunca olvidaría sería la noche que se fugó de un restaurante con sus amigas y la adrenalina que corría por su cuerpo. Y así empezó Blanca su desintoxicación, teniendo muy presente que una adicta a un cabrón puede controlar su adicción pero nunca superarla, y que lo importante es tener a alguien al lado que nunca recurrirá al “ya te lo dije”, sino que jugará con su creatividad y responderá con un “¿y qué hacemos”?, de esta manera sufrir, sufrirás, pero aburrirte, jamás, y como indemnización puedes concederte una “licencia para delinquir.” 

miércoles, 12 de febrero de 2014

4. Tupper Sex

Hoy en día puedes comprar en una máquina expendedora, desde el coche, por internet, por teléfono o en persona, pero hay algunas cosas que solo las quieres comprar en la intimidad de tu propia casa. O, en su defecto, de la casa de una amiga. Por eso Vega me invitó el sábado pasado a una reunión de tupper sex.
Preparé sorbete de limón al cava con algún aderezo sorpresa y mi amiga Blanca me recogió para ir juntas, eran unas pocas manzanas. Blanca y yo también nos conocíamos desde el colegio. Todas las personas a las que se la presentaba, a los cinco minutos, tenían la misma reacción; se giraban y me preguntaban -¿Cómo puede estar soltera?-Y la verdad es que no podía encontrar la respuesta.

Blanca es alta, delgada y con un buen escote, su piel parece no tener poros y le ilumina la cara una melena lisa y rubia, de discutible origen natural, diga lo que diga. Pero lo que tiene Blanca es que es un ángel, toda la inocencia que aparenta es real, aunque cueste creerlo, y aún así, de tonta, no tiene un pelo. Si no fuese mi amiga, la odiaría.

Por el camino me moría de ganas de contarle toda mi desintoxicación pero ella arrancó antes. Blanca estaba enamorada, por primera vez. Había tenido flechazos tontos de adolescente, pero hasta ahora no había habido nadie digno de mención, la mayoría bastante cabroncetes. Y de repente había conocido a  un catalán que le había robado el corazón. Pedro acababa de montar un restaurante en plena milla de oro, llevaba a su perro al mismo veterinario que Blanca, tenía unos abdominales de revista, era un buenazo y estaba loco por ella.
Blanca hablaba de su príncipe entusiasmada y para cuando llegamos a la plaza del Marqués de Salamanca ya me había condensado un mes  de relación en tres manzanas de recorrido. Llamamos al timbre de nuestra amiga Vega con el olor a Abercrombie todavía atascado en la garganta.
Vega nos recibió con una sonrisa traviesa en la cara y una copa de oporto en cada mano. Detrás de ella estaba su perra Manolita, dudando entre esconderse debajo del sofá o atacarnos. Manolita era una perrita muy exigente y no se juntaba con cualquiera. Había que ganársela.
Vega nos presentó a una chica de unos veinticinco años con cara de virgen, que parecía ser quien nos iba a vender juguetes eróticos. La crisis, imagino.
Poco después llegó Geraldine. Geraldine trabajaba en Roma desde hacía dos años  y por eso, aunque también era amiga nuestra desde pequeña, la veíamos con menos frecuencia, pero cuando oyó el plan, le faltó tiempo para meterse en atrápalo.com
Con las cuatro copas en mano y una deliciosa cena que nos había preparado Vega, empezó el desfile de aromas y texturas. Cremas comestibles, aceites de chocolate, plumas, velas y esposas forradas de peluche. El primer producto que cautivó a Geraldine fue un pintalabios que dispara la sensibilidad de la piel que besas, pero las bolas chinas de LELO fueron la estrella. Habíamos leído en una revista que es importante ejercitarse por dentro igual que por fuera y decidimos aplicarnos el cuento, lo cierto es que cualquier ginecólogo o farmacéutica te lo empieza a recomendar a partir de una edad.
Me costó convencer a las tres para que no comprasen el perfume de hormonas inodoras. Por el módico precio de cuarenta y cinco  euros te daban un bote de agua que en teoría servía para que los hombres se volviesen locos por ti. Geraldine, aunque prometida y enamorada, quería seguir siendo el centro de todas las miradas. Vega, mientras, no quería a sus pies a nadie más que a su novio, y para eso no le hacía falta ningún elixir, sin embargo se frotaba las manos mientras nos contaba sus planes de manipular y dominar a todo aquel que se cruzase en su camino con ese bote mágico. A veces me recordaba a Stewie, de padre de familia, con sus planes maléficos y estrategias de manipulación. Ella decía haber estudiado derecho para saber siempre de qué forma poder saltarse la ley, y hasta ahora, le había sido muy útil.
Nos hicimos con varios sets de esposas mientras nos mirábamos todas con la misma pregunta en los ojos - ¿Cuándo va a sacar los vibradores?- Pero antes de que eso ocurriese, sacó algo como un embudo pequeñito de silicona y empezó a hablar
 – A, ver chicas, esto es para cuando estáis en esos días del mes…-
-No me lo puedo creer- Pensé en alto. Por fin habían hecho algo que te permitía hacerlo cuando estás mala. Pero nada más lejos de mi ilusión. La mojigata del maletín nos empezó a explicar  cómo eso era en realidad una idea para sustituir el tampón y funciona de una forma tan asquerosa que es mejor que no describa.
Vega abrió otra botella de Albariño para cambiar de tema mientras Blanca y yo hacíamos lo posible por no tripitir el solomillo Wellington que nos había preparado. Cuando ella estaba a punto de pegarle una tajada, algo más importante la distrajo. Pedro le escribía por Whatsapp. La cara de Blanca se paralizó.
Whatsapp:
Pedro: borra mi número. No quiero saber nada mas de ti.
Blanca: ¿Qué? ¿No entiendo? ¿Qué pasa?
No hubo respuesta, y él no volvió a aparecer en línea.
La asesora sacó entonces los vibradores. Era el momento más esperado de la noche y a ninguna de las cuatro nos importaba lo más mínimo. Miento. Mi primer instinto fue coger el llamado “conejito” y vacilar con él a Blanca, pero mi iniciativa no tuvo mucha acogida.
Mientras la asesora seguía negándose a participar del vino y montaba lo que  parecía un carrusel animado en versión dos rombos en la mesa de la cena, Blanca releía el whatsapp atónita y nosotras la atormentábamos con preguntas. No sé quien luchaba mas, si Blanca por no llorar, o la asesora para encasquetarle algún novio a pilas dada la situación.
Vega insistía en que era una broma, el humor que su novio y ella se gastaban no tenía límites y eso le parecía lo más normal.
Como buen consejo de sabias expulsamos a la intrusa después de dejarnos tiesas las tarjetas y empezamos a sobreanalizar la situación. El chocolate ayudaba, los chupitos ayudaban más. Ayudaron lo suficiente para convencer a Blanca de que marcase el número del hombre que le acababa de romper el corazón, para pedir una explicación, que, seguramente, dolería más que la ignorancia. Dos chupitos después convencimos a Blanca de que hiciese la llamada en altavoz. Para apoyarla. Y porque somos unas cotillas.
- ¿Diga?- Una voz femenina respondió, y Blanca se tapó la boca para no llorar antes de finalizar la llamada. Colgó.
-¡Está con otra!
- A lo mejor es su hermana- dijimos Geraldine y yo al mismo tiempo conscientes de lo improbable de nuestra sugerencia.
El teléfono volvió a sonar y forcejeamos unos segundos antes de que Blanca nos dejase el móvil. Lo pusimos en altavoz y antes de que nuestra amiga respondiese, la misma voz femenina de antes empezó a hablar. Se identificó como Merche, la prometida de Pedro. Se casaban en junio. Ella acababa de leer un par de whatsapps subidos de tono de Blanca, y su futuro marido le había explicado que era una pesada que no dejaba de escribirle
. Pedro se puso, seguramente obligado, y pidió muy serio que no le volviese a molestar. Valiente cabrón. Blanca dejó caer el teléfono sin apenas colgar y se puso a llorar. Unos segundos después, levantó la cabeza y empezó a hablar avergonzada.
-        - Ya lo sabía.
-         -¿Qué?- contestamos las tres al unísono. ¿Sabías que se iba a casar?
-         -No, eso no. Me dijo que tenía novia en Barcelona. Me dijo que estaban mal y la iba a dejar, pero que quería hacerlo en persona.
-         -Blanca. Nunca las dejan… -dije.
-         -Llevo dos meses saliendo con un hombre prometido. Ni siquiera era mi novio. Yo era la otra. En serio. ¿Qué tengo? Sois mis amigas, decidme ¿Qué hago mal? Tengo 26 años, tengo trabajo, voy al gimnasio, y hasta que me lié con el prometido de otra me consideraba buena persona. ¿Por qué parece que hay alguien para todo el mundo menos para mí?
Blanca tenía razón. Lo que se preguntaba ella, nos lo preguntábamos todas. Blanca era el prototipo de novia perfecta. ¿Por qué nunca le tocaba lo que se merecía?
La respuesta es clara, para ella, para la prometida de Pedro, para mí y para la muchas más. Algunas tenemos un radar para obcecarnos siempre con el mismo hombre. Se puede llamar Manuel, Pablo o Gonzalo. Puede ser alto o bajo, rubio o moreno pero siempre se distingue por unas características: Tiene una labia increíble. Es inteligente. Es muy orgulloso. Sabe que estamos locas por ellos. Es egoísta. Tiene el poder de cegarnos. Y no importa cuántos te encuentres, cuando conozcas al siguiente pensarás, éste es diferente. En resumen, nos gustan los cabrones. Llega un momento que hay que asumir que estamos eligiendo mal. Estamos dejando pasar a los buenos chicos porque no enganchan igual, aún sabiendo, que lo que engancha rápido, no suele ser sano.
Se me ocurre pensar entonces, que el problema, no es que no nos merezcamos aquello que queremos, sino que no queremos lo que en realidad nos merecemos. Tal vez algún día aprendamos a elegir al hombre que nos corresponde, pero mientras tanto, nos quedan las reuniones de tupper sex, las juntas del consejo de sabias y muchas excusas más para reírnos o llorar acompañadas de las mejores amigas y los pequeños placeres del vino y el chocolate.

-----------CONTINUARÁ-------------